El BCE y la Reserva Federal seguirán inyectando liquidez al sistema

La cosa suena bien. El FMI advierte que las pérdidas deben de ser asumidas por los inversores, no por los contribuyentes. Es decir, la tesis que siempre hemos defendido: el inversor debe asumir el riesgo de su inversión y no pasa nada porque los bancos quiebren. También les ocurre a las empresas de telecomunicaciones, navieras y panificadoras y no pasa nada. El libre mercado exige la depuración del fracaso. Y eso lo entiende todo el mundo, salvo cuando se trata de los bancos. Entonces se apela a la estabilidad del sistema financiero para acudir en su auxilio. Y lo cierto es que el banco o el banco de inversiones que ha asumido el riesgo de comprar hipotecas basura debe de asumir el coste de su decisión equivocada. Y el inversor ambicioso, especulador, lo mismo. Ahora bien. Ocurre que estamos en una economía globalizada donde todo afecta a todo el mundo. Y corre que la crisis de las subprime ha arrastrado a la cartera de la viuda, que desde luego nunca pensó en comprar hipotecas basura. Por otra parte, la advertencia del FMI tiene su aquel, porque al fin y al cabo el FMI no deja de ser el pagador de última instancia. O dicho de otra forma: el FMI advierte que no será él quien pague los platos rotos. Que cada palo aguante su vela. Todo este enjambre se solucionaría si el legislador ahogase fiscalmente al especulador, al que opera en el mercado secundario sin ofrecer valor añadido alguno. Ya existe un trato diferenciado entre el ahorrador que aguanta más de un año del especulador. Y la clave consiste en avanzar en esa dirección y acentuarla. Y más: aprieten las tuercas a los inversores de los paraísos fiscales y tratenles como evasores fiscales, que es lo que realmente son. Eso sí. no espera acabar sentado en el despacho de un gran intermediario con un ‘salario exuberante'. O sea, el modelo Greenspan.