Pero la derecha pepera tampoco le hace ascos al término, especialmente las almas laicas de Mariano Rajoy.
Y esto tiene mucho que ver con la insondable tristeza reinante en el país. Uno de los más acreditados creadores de opinión españoles, asesor de imagen de empresarios y políticos de primera línea, asegura haber llegado a la conclusión de que este es un país de zombis: "Hablas con cualquiera y descubres que está ido". ¿Y sabes por qué está ido? Porque está en quiebra.
Puede ser. Donde no hay harina toda es mohína y la angustia económica suele terminar en depresión. Hasta ahí de acuerdo. Ahora bien, dicho esto, yo creo que la primera razón, la de la majadería progre, tiene mucho más que ver con el grado de felicidad y satisfacción con la vida de la mayoría de los españoles.
Los progresistas son gente triste. No sólo porque han renunciado a Cristo -que es la razón más profunda- sino porque el progreso material es el único progreso existente, y vale bien poco.
Ninguna exageración, el progreso espiritual existe, claro, pero no es social sino estrictamente individual. Con cada hombre empieza la historia, más bien, su historia. El hombre del siglo XXI no es mejor que el del siglo XX como éste no lo fue respecto al del XIX.
Por el contrario, el progreso material deja su obra y el que viene detrás sólo puede mejorarla. Hasta ahí todo marcha, ahora bien, la frustración amenaza a la vuelta de la esquina.
Eso sí, el progreso material es un proceso siempre frustrante, dado que su éxito conduce al fracaso. El camino del cristianismo supone pasar de la muerte a la resurrección pero el del progresismo implica pasar de la plenitud de la vida a la muerte.
Verbigracia: hay una generación que ha vivido del, para y por el papel prensa, y justo cuando había logrado los mejores periódicos que jamás se han editado -los de ahora mismo- los diarios se arruinan y deben convertirse en digitales para sobrevivir.
Los ejemplos son todos: lo mismo ocurrió hace dos siglos: los mejores carruajes de caballos fueron también los últimos, cuando apareció el transporte por máquina de vapor, que era el peor de los vapores existentes.
En resumen: cuando un producto, o una técnica, o un arte, llega a su plenitud, muere. Como para pegarse un tiro. Sin embargo, el crecimiento espiritual es inagotable, permanente, eterno.
Claro que, a lo mejor, lo que ocurre no tiene nada que ver con actitudes progresistas: a lo mejor lo que ocurre es que están quebrados.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com