Sr. Director:

Se lee mucho y se oye aún más sobre el ambiente de las aulas. Los profesores se quejan de carecer de amparo legal para imponer su autoridad, los padres temen por la seguridad física de sus hijos en las puertas de los colegios, los gobernantes, como siempre, se encogen de hombros y prometen reformas legales que llegarán tarde y lo más seguro se manifiesten ineficaces.

Este retrato de nuestros centros educativos es tristemente real. De este desbarajuste todos somos responsables. Vamos por partes y verán como todos hemos de entonar el mea culpa.

Los padres piensan que sus hijos son modélicos, se fían de los que les digan sus hijos. Y todo se soluciona con que tienen manía a su niño. ¿Manía, por qué? Porque le han llamado la atención en clase y el profesor después de varias interrupciones, le ha dicho textualmente: Si no te interesa esto, sal de clase. Y su niño, todo un mocetón con bigote incipiente, sin terciar más, coge el portante y sale de clase. Más tarde, los amigos, a solas, hacen ver al interfecto su equivocación, a lo que contesta que le da igual y que se lo dirá a su madre. Claro, su mamá, que está convencida que su niño es la quintaesencia del respeto a los mayores y la responsabilidad en el trabajo, se indigna porque tienen manía a su niño mocetón ya. ¿A que hay padres que son para comérselos? ¿Qué apoyo recibe ese profesor de la madre del insolente alumno con muy poco respetos por los profesores y menos interés aún en saber? ¿Qué hace ese profesor?

Sobre el papel los tutores de curso tienen sus horas de vigilancia en los patios; en la práctica es posible que estén en la entrada del recreo de tertulia con otros profesores ajenos a las incidencias del mismo. Y son los que están, porque algunos niños confiesan en casa que no les vigilan en el recreo de la comida.. Los chicos, que no son tontos, se dan cuenta del poco caso que les hacen y empiezan las amenazas, los tráficos de sustancias, los abusos a la integridad física o la coacción moral: si te chivas a tu padre, te sigo hasta tu casa y, té parto la cabeza. El pobre infeliz, callando y aguantando; el tutor, mientras tanto, sigue su presencia rutinaria sin recabar en el acoso que sufre uno o quizá varios de sus pupilos por parte de cuatro o cinco envalentonados de la misma clase o de otro curso superior. Eso sí, del Director al último profesor sustituto, el más absoluto silencio. Si va un solo padre, seguramente sean fantasías del hijo; si van tres o cuatro, mostrarán extrañeza y, si es un número significativo de afectados, con la boca pequeña les darán la razón y les informarán que carecen de medios legales para hacer frente a esa situación. La culpa es del sistema y de la sociedad. Ellos, van, están, imparten su clase, cobran, eso sí, cobrar, lo que se dice cobrar, cobran, siempre poco y, no hay más responsabilidad. Nuestros maestros de antaño prefieren ser formadores del FORCEM, más que nada por seguridad y comodidad. ¿Para qué meterse en problemas?

Por último, los cambios legales han primado la supuesta enseñanza en libertad sobre la enseñanza en responsabilidad. Nuestros gobernantes no han caído aún, no creo que caigan ahora tampoco, que sin el ejercicio de la responsabilidad personal no existe una sociedad libre. Por eso están tan empeñados los dirigentes políticos en intervenir al máximo la normativa legal. Si se controla la escuela, se influye sobre las conciencias, y los individuos acabarán pensando y actuando como ellos pretenden. De esta manera obtendremos generaciones de súbditos complacientes que se diferenciarán de los de otros tiempos en que estarán más satisfechos, sin necesidad de ejercitar la propia conciencia, porque para ese menester ya estarán los poderes públicos que lo harán por nosotros.

Desde luego, el panorama es desolador, seguro que al leer esto piense más de uno, con toda la razón, que soy un pesimista. Precisamente porque no lo soy, denuncio estos hechos reales. De ellos podemos sacar en conclusión que todos los estamentos sociales somos responsables plenos del modelo educativo que deseamos tener.

Los padres tenemos la responsabilidad de seguir en corto a nuestros hijos, cualquier calificación negativa estará fundamentada por una conducta inadecuada o una actitud incompleta. Los profesores se verán apoyados por nosotros y ejercerán su autoridad en las aulas con más respaldado, lo que les estimulará a ser más responsables en su trabajo. Un equipo docente motivado exigirá de la Dirección del centro recíproca responsabilidad. El director responderá con integridad personal a profesores y padres, y este ambiente de exigencia personal, redundará en el aprovechamiento de nuestros hijos. Se creará en las aulas un clima de trabajo serio, los propios alumnos percibirán el ambiente favorable al estudio y dejarán a un lado las pérdidas de tiempo que suponen las conductas descritas al principio.

Si a esto se añade una ley seria, mucho mejor. Pero el problema no es la ley, sino la conducta de cada individuo. La ley ya puede decir lo que diga, pero si se trabaja según la conciencia, aplicando la normativa legal con una interpretación personalizada a cada alumno y ampliando ésta a cada realidad individual podremos dar por superada la etapa de escasa calidad que todos denunciamos.

Bien es verdad que esa ley tiene la obligación de garantizar los derechos fundamentales de la persona, tales como la libertad de elección de centro, pero eso es un aspecto que merece por sí mismos una carta aparte.

Alfonso R. Vicandi

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