Sr. Director:

El 17 de octubre pasado, en su carta semanal, Mons. Agustín García Gasco, Arzobispo de Valencia (España), no sin sorpresa por parte de muchos, calificaba al régimen político español de nacional progresismo por analogía con el nacional socialismo.

Decía entonces: Durante los últimos meses observo con preocupación en España el crecimiento de una planificada corriente de opinión antirreligiosa, el laicismo intolerante contra los cristianos: el nacional-laicismo. La aconfesionalidad y la separación de la Iglesia y el Estado cuentan con el apoyo de los católicos. No así el laicismo intolerante que es algo muy distinto. (...)

El laicismo es intolerante. Es como una caricatura de la legítima aconfesionalidad del Estado. Se trata de un prejuicio anti-religioso. La mentalidad del laicismo es simple: las creencias religiosas vendrían a ser supersticiones de gente inculta. Trata la religión como si fuese una afición privada, que no debe tener manifestaciones públicas, ni relevancia jurídica o social. Primero quieren expulsar la religión de la esfera social y luego, en una segunda fase, eliminarla en el hombre, para que los principios religiosos acaben desapareciendo de la conciencia humana. (...)

Este modo de actuar es claramente injusto y sectario, y, a veces desgraciadamente, procede de resentimientos y frustraciones personales. Atenta contra la decencia y la rectitud moral. Sin embargo, y de modo paradójico, quienes emprenden la militancia laicista suelen autodenominarse como tolerantes y progresistas. Son ellos los que dictan lo que debe tolerarse y lo que no. Queriendo situarse más allá del bien y del mal, y con el apoyo de grupos de presión, buscan convencer a la opinión pública de que siguen siendo tolerantes cuando tratan injustamente a otras personas, a las que previamente descalifican. (...)

La intolerancia laicista deforma la realidad hasta amoldarla a sus propios dogmas y obsesiones, seguía diciendo Mons. García Gasco. Se manipula la fe católica y se desea ofrecer una imagen de la Iglesia retorcida y esperpéntica. Los ataques a la religión, al Cristianismo o a la Iglesia, no quedan en meras abstracciones: esas falsedades acaban dañando a personas concretas, a grupos humanos reconocibles, merecedores de consideración y respeto. Ante esta situación los católicos no hemos de tener miedo. Hemos de hacer uso de nuestra libertad de expresión y abandonar complejos y cómodos silencios.

Somos la mayoría de este país, no la minoría, y el Cristianismo impregna nuestra cultura y nos da esperanza para afrontar el futuro, y concluía: El cristiano congruente no puede avergonzarse ni mirar a otro lado ante la intolerancia laicista que tratan de propagar.

El su carta del 5 de diciembre, García Gasco llamó a fortalecer las propias convicciones ante esta intolerancia progresista.

Muchos de nuestros contemporáneos parecen vivir dormidos ante cuestiones fundamentales. Parece que un profundo sueño entorpece la visión clara de temas como la vida, el amor, Dios, el bien, la libertad, el matrimonio... Todo se ha hecho problema. Las certezas evidentes sobre las que hemos construido nuestra cultura están sometidas a crítica y sospecha. Se han perdido argumentos para algunas cuestiones esenciales: ya no se sabe defender el derecho a la vida de todo ser humano desde su concepción hasta el último momento de la existencia. Se duda a la hora de defender la familia de fundación matrimonial, como base de una sociedad civilizada y con aspiraciones de futuro. Se sospecha de que la religión pueda ser beneficiosa para las personas y para la construcción de una sociedad moderna y progresista.

Estamos envueltos como en un sopor que impide ver. Y no sólo impide ver... este camino acaba desconfiando de la misma razón humana, de la capacidad racional para ofrecer criterios válidos para todos, principios fundamentales que podamos compartir para convivir en paz y libertad. Sólo nos queda la mayoría como criterio de verdad..., la vida sólo puede defenderse si lo decide la mayoría y en las condiciones que ella establece; el matrimonio es lo que decida la mayoría parlamentaria de cada momento; (...) pero los grandes contenidos éticos de la humanidad no dependen de la mayoría. El bien no depende ni lo produce el sufragio de la mayoría. La historia del siglo XX ha ofrecido demasiados ejemplos crueles de esta verdad.

Es hora de despertar nuestra adormecida conciencia. La conciencia es como una voz arraigada en lo profundo de cada persona. Nos hace caer en la cuenta de lo que está sucediendo... nos permite advertir lo que está bien y lo que está mal. La voz de la conciencia nos dice lo que debemos hacer. (...)

No respetar las obligaciones que tenemos con Dios, con el prójimo, con la sociedad o con la naturaleza es objetivamente malo. El asesinato, el aborto, la mentira, el insulto, la intolerancia son malos. La amistad, la comprensión, la fidelidad, el dominio de sí, la generosidad, la honradez son buenos. No son cuestiones opinables ni dependen de gustos. Sin este fundamento no hay libertad sino ley de la jungla. Sin este fundamento no puede haber democracia. (...)

Cuando se oscurecen las conciencias, cuando no se educa para que la conciencia esté rectamente formada, es difícil vivir en libertad. Se acaba no sabiendo lo que es justo, lo que está bien y lo que está mal, se actúa según las fuerzas irracionales de los instintos y se juzga a los demás siguiendo los dictados de la moda o de la opinión, sin referencia a los principios más elementales de ética racional.

Creo sinceramente que ha llegado la hora de despertar nuestra conciencia. Hoy se hace urgente conocer cuáles son los bienes y deberes de la vida... descubrir la medida y el orden en la conducta personal y social...

La luz del Evangelio ofrece en este campo perspectivas maravillosas para la razón humana. Abre horizontes para la conciencia y nos despierta del sopor. El Evangelio nos ofrece certezas para defender la vida sin temor, con alegría; nos ayuda a comprender la belleza del matrimonio y la familia; disipa los temores para encauzar los sentimientos verdaderamente religiosos. La fe cristiana es una riqueza para la sociedad y la cultura. La humanidad se beneficia de esta luz para adentrarse en el futur sin ella nuestro horizonte está oscurecido.

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