Me he leído con atención la Proposición de Ley Orgánica de Libertad Religiosa presentada en el Congreso de los Diputados por Esquerra Republicana de Catalunya (Grupo Parlamentario). Estos muchachotes de Carod han mejorado mucho, se han comando dado al trabajo parlamentario como un guante, le han cogido el gusto a los cargos públicos y a lo institucional, que es la mejor manera de perderle el gusto a la persona. A fin de cuentas, la verdad más oculta de un sistema democrático es que las alabadas instituciones no son más que medios para recortar las libertades del individuo. Son males necesarios, pero no por ello dejan de ser males. Digamos que las instituciones mantienen tranquilo al individuo, y con ello, mantienen aborregadas a las colectividades.
Digo que se han acoplado a las instituciones porque el proyecto de Libertad religiosa de ERC, como no podía ser de otra manera, es un proyecto contra la Iglesia Católica, pues el resto de confesiones les importa un pimiento, no son su enemigo. Por eso, los independentistas hablan en positivo, de derecho a la libertad religiosa y de culto que es más importante-. Simplemente, lo que hacen es igualar a los desiguales, poner en el mismo trono a la Iglesia y, pongamos por caso, a los Adventistas del Séptimo día, y todo ello en nombre, naturalmente, del pluralismo religioso y de la igualdad de todas las confesiones ante la ley.
Tan pluralismo es la ley que en su exposición de motivos aclara que el objetivo de la norma propuesta no es otro que adaptar la normativa al nuevo pluralismo religioso del Estado español. Si es pluralismo, ¿Cómo puede ser nuevo? Lo único nuevo sería que hubiera algún otro credo que hubiera irrumpido en la modernidad con fuerza y aceptación colectiva, pero no parece que sea el caso. No sólo en España, sino en todo el planeta, la modernidad no ha aportado ni un nuevo credo ni una nueva ideología, ni una nueva idea: el único ideario que ha aportado la modernidad es que ningún ideario merece la pena.
El detalle hortera, el añadido cursi, de los de Puigcercós cursi como sólo lo puede ser una nacionalista progre- es el añadido muticulturalidad, algo así como unas polainas fucsia.
Tras proclamar la aconfesionalidad del Estado, la multiculturalidad, el pluralismo democrático y demás conceptos políticamente correctos, y tras asegurarnos -¡son maravillosos! Que tenemos derecho a elegir la libertad que deseemos, ERC nos recuerda que cuestiones como la psicología, la parapsicología, astrales, ufónicos satánicos y espiritistas no son objeto de esta ley por constituir actividades ajenas a la religión. No sabía yo que había tantos diputados de ERC amantes de brujas, quiromantes, augures, echadores de cartas y amantes de los ovnis. Novean con que respeto se refiren a esas actividades: estudio, investigación y experimentación de técnicas. Nada menos. No me ha quedado tan claro el resto, porque si los satánicos no tienen que ver con la religión, ¿con qué puñetas tiene que ver? Y todo ello refleja el viejo espíritu de Chesterton: cuando no se cree en Dios se acaba creyendo en cualquier cosa. Hasta en los ovnis.
Pero el hilo conductor del proyecto no es ese. El truco está en la igualdad de todas las confesiones ante la ley: Los poderes públicos no privilegiarán ni dirimirán a ninguna iglesia, confesión o comunidad religiosa respecto a otras. Pues muy mal, caballero. Igualar a una religión como la cristiana, que dicen profesar más del 80% de los españoles, y que practica la mitad, siendo que la tercera parte de ese 80% acude a la eucaristía dominical, con todo respeto, los adventistas del Séptimo día, los testigos de Jehová, la Iglesia de la Cienciología, o la minoría musulmana es igualar a los desiguales y fastidiar a la mayoría que es lo que se trataba.
Seguimos con la igualdad y la pluralidad, dos verdaderas celadas del proyecto. Ninguna Iglesia, confesión o comunidad religiosa tendrá carácter estatal, hasta ahí vale. Pero ojo, luego ERC nos cuenta en qué consiste esa aconfesionalidad: Los valores o intereses de las confesiones no podrán erigirse en parámetros para medir la legitimidad o la justicia de la normas y actos de los poderes públicos; no podrá obligarse a éstos a trasladar al ámbito jurídico-civil los valores o principios religiosos de la conciencia de los fieles.
Claro que puede obligarse, ¡y debe! Servidor es católico; cuando estoy en mi casa y cuando estoy en la calle, y en el Parlamento y en la escuela, y en la redacción de un diario. Bajo el principio de igualdad pluralidad, lo que pretende ERC es que ocultemos nuestros valores y nuestras convicciones, que quedarían recluidos en nuestra conciencia privada. Cuesta meterse en la cabeza que el hombre no puede no pensar y que todo hombre es dogmático. Los más dogmáticos de todos son aquellos cuyo dogma es negar la existencia de cualquier dogma religioso. Sencillamente, el que no tiene valores, es que no piensa. Y si uno opta por un valor, religioso o antirreligioso, está rechazando el resto.
El proyecto de ERC significa recluir a los cristianos en su libertad de pensamiento, como si fuera un gueto invisible, y prohibirles participar en la vida pública.
Naturalmente, y como, insisto, el hombre siempre es dogmático, tres párrafos más allá, el proyecto nos recuerda que la libertad religiosa y de culto tiene como límites la salvaguarda de los intereses constitucionalmente protegidos y la seguridad, la salud y la moralidad públicas, elementos constitutivos del orden público protegido por la Ley Sí claro, ¿y quién decide qué es lo públicamente moral y lo públicamente inmoral? Mucho me temo que ERC o el Gobierno de turno, que establecerá su dogma laico, es decir, su fundamentalismo laicista. Así, por ejemplo, se podría decir que la defensa de la vida del no nacido es un prejuicio religioso -de hecho, se dice todos los días- que no puede exponerse en tribuna pública. Conclusión: homicidio libre gratuito para todos y los disidentes a callarse.
Siguiendo con el mismo principio y el mismo ejemplo, si los valores religiosos contrarios a la moralidad pública no son aceptables ni tan siquiera en el debate, entonces nadie podría abrir la boca ni tan siquiera para cambiar una ley, dado que la ley sería el único dogma del buen demócrata. De tan curioso axioma proceden actitudes tan absurdas como aquella de personalmente estoy contra el aborto, pero no debo impedir que otras personas que no piensan como yo, o que no son católicas, aborten libremente. Que es lo mismo que decir, personalmente estoy contra la esclavitud, pero no debo impedir que otras personas que piensan como, que tienen otro credo, tengan esclavos.
A partir de ahí, en nombre de los sacrosantos principios de igualdad y pluralismo, el resto son cuestiones lógicas. Así es, cuando se parte de un presupuesto absurdo, que iguala verdad y mentira, mayorías y minorías, y credos religiones con tonterías de viejas beatas, entonces todo viene de serie: a los islámicos se les respetarán sus hábitos alimenticios también cuando los pagan el resto de los ciudadanos, los símbolos religiosos, en nombre de la igualdad y el pluralismo, desaparecen del foro, aunque representen a la mayoría, la religión queda fuera de la escuela, y se sustituye por una asignatura para la ciudadanía, los reclusos judíos, , o los enfermos, o los soldados, que son cuatro, tendrán los mismo derechos a asistencia religiosa que los católicos, el matrimonio religioso tendrá efectos civiles si te casas por lo civil pero, qué cosas, la ley civil sí podrá romper un matrimonio religioso, aunque se haya hecho bajo una religión que niega la disolubilidad del vínculo.
Y es que la igualdad y el pluralismo da para mucho. Sobe todo para crear guetos intangibles. O sea, como los activos de Enron.
Eulogio López