Termino el ciclo de lo que podríamos llamar 'ideología cristiano-navideña' dedicado a la vida, el enamoramiento y el amor y la maternidad y el feminismo, con el último elemento: la vitalidad.

Intentaré hacerlo en positivo, algo que se nos da fatal a los que tenemos muy mala uva, pero me llama la atención la depresión global que ha seguido a la crisis global, y que tiene algo de lógica. Ya no es que la civilización occidental no quiera tener hijos por incomodidad y por un sistema económico hecho para no tener descendencia. No, es que el vicio se ha convertido en principio. Principio moral, naturalmente, valor ético, que le dicen.

Hoy mismo leo en El Mundo al escritor Antonio Gala que la tierra está agotada, razón por la cual aconseja vivamente que nadie tenga hijos para que no sufra el holocausto que nos aguarda. Naturalmente la culpa es de los curas, que se empeñan en proseguir adelante con esa infame raza humana, así como las políticas económicas que se han "preocupado más de los alimentos que no de la demografía". Así es: ¿dónde vamos a parar con políticas preocupadas por la alimentación?, ni que comer fuera una prioridad…

Los progres son únicos: hasta ahora se conformaban con la eficacísima manía de imponer la contracepción y el aborto según el principio onegero de que para acabar con el hambre lo mejor es eliminar a los hambrientos pero ahora van hacia algo mucho más alegre: la raza humana, depredadora del planeta, debe desaparecer del planeta. No falla, oiga usted.

El señor Gala nos asegura que prefiere "morir sin enterarme" y esto me provoca una idea genial -no lo digo porque se me haya ocurrido a mí, no-: si el problema está en que la tierra está agotada y los seres humanos no dejamos de procrear: ¿por qué, en lugar del control de natalidad no promulgamos el control de mortalidad? No nos engañemos, el viejo resulta mucho más costoso que el niño y encima no podemos esperar a que en el futuro contribuya a financiar las cuentas del Estado.

Está es mi propuesta: en lugar de matar niños, matemos ancianos, cuyo coste médico-farmacéutico se dispara día a día, sin que percibamos el menor rasgo de solidaridad por parte de los provectos, que se niegan en redondo a suicidarse. Mucho mejor y más solidario el control de mortalidad que el de natalidad. De hecho, si el segundo se hace coincidir con la concepción y el pre-parto, al primero yo le haría coincidir con la jubilación: las clases pasivas están esquilmando el planeta, oiga usted, y el presupuesto público no aguanta tamaña presión.

Y hablando de suicidios: el cineasta finlandés (¡pobres chicos esos finlandeses, nunca ven el sol y claro…), Aki Kaurismäki, en el mismo diario pedrojotiense, nos advierte que "la única alternativa para Europa es el suicidio, un suicidio continental", lo que me recuerda la famosa frase de Chesterton: "Siempre que alguien dice que no le encuentra sentido a la vida le presto mi revólver para solventar su problema". Pero, al parecer, nadie, ni Kaurismäki, lo utiliza.

De hecho, el alegre Kaurismäki, conocido en el mundo del cine como la alegría de la huerta, ya nos anunció en su momento que "no tenía ninguna razón para vivir". Sin embargo, ya va por los 54 años y no ha cumplido su promesa.

Al parecer, el suicidio siempre es un consejo para los demás, consejo generalmente otorgado por el progre dispuesto a sacrificarse permaneciendo en este valle de lágrimas, en una tierra agotada.

Era lógico que el antinatalismo produjera una falta de vitalidad que nos llevara directamente a la muerte por consunción, muerte continental, claro está pero, sobre todo, muerte otorgada. Uno tiene la impresión de que estos progres consideran que ninguna vida merece la pena ser vivida salvo la suya.

Quizás por ello, para novios o recién casados de hoy, sólo tengo dos consejos: que no tomen anticonceptivos jamás y que tengan el primer hijo a los diez meses de comprometerse. O eso, o la soltería… o el suicidio.

Y es que este planeta puede albergar a decenas de humanidades de a 7.000 millones, pero lo que no puede aceptar, en modo alguno, es a un agonías más. Ese cupo sí que agota la tierra y agota al hombre.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com