Ian Buruma se quedó muy impresionado por el asesinato del cineasta holandés Theo van Gogh, a manos de un inmigrante islámico en Ámsterdam. En nombre de Alá, un holandés nacionalizado, oriundo de Marruecos, Mohamed Bouyeri, que había tenido muchos años para adecuarse al modo de vida holandés, disparó contra el director, luego le degolló –una costumbre muy islámica al parecer- y finalmente dejó una nota explicatorio clavada con un cuchillo sobre el cuerpo de la víctima. Lo que más impresionó a Buruma -y así lo relata en el libro "Asesinato en Ámsterdam. La muerte de Theo Van Gogh y los límites de la tolerancia"- fue la obcecación de Mohamed ante el Tribunal que le juzgó, y su advertencia de que consideraba una deber cortarle la cabeza a todo aquel que insultara a Alá o a Mahoma.
Con todo ello, Buruma llega a la conclusión de que la tolerancia en las democracias occidentales debe tener un límite. Para ser exactos -¡Oh prodigio de la originalidad!- el límite consiste en convertir la religión en un asunto privado.
Ahora bien, decir que la religión debe ser un asunto privado es como decir que la ley es un asunto privado. Con ello no se hace otra cosa que crear ‘privilegios', una cosa muy fea. ¿Vestir un burka en la calle es privado o público? ¿Decretar fiesta laboral en viernes o en domingo es privado o público? ¿Dar clase de religión -de qué religión-, en las escuelas es privado o público? ¿Hacer escarnio de las creencias ajenas es privado o público? ¿El gaymonio es privado o público? ¿La posibilidad civil de separar un matrimonio religioso es privado o público? ¿Las organizaciones humanitarias de entidades religiosas son fenómenos privados o públicos? ¿La renuncia a la violencia, y por tanto al ejercicio de la milicia o del orden público coactivo es un fenómeno privado o público?
La religión, otra religión, no es aborregamiento sino dinamita explosiva. El uso privado de la dinamita es peligrosísimo, pero la dinamita es necesaria. La religión mucho más. Y, sobre todo, la dinamita no es el peligro: el peligro es la mano que la hace explosionar. El peligro pasa la convivencia no es la religión, sino la violencia. Y no hay tendencia más próxima al estallido violento que la indiferencia, aquella que permita la burla sobre lo sagrado, porque lo sagrado siempre recupera su dignidad. Es como un corcho en el agua: se puede hundir momentáneamente, pero siempre sale a flote, y cuanto con más fragor se hunde con mayor fuerza emerge.
Napoleón, que odiaba la religión pero un tipo bastante liso, confesaba que no se sentía capaz de gobernar a una Francia de ateos. Por tanto, la labor del Estado no es confinar la religión al ámbito de lo privado, sencillamente porque es imposible, sino respetar, y en su caso hacer respetar, la libertad religiosa de cada persona… en el ámbito privado y en el foro público.
Desde que el hombre se pregunta pro qué existe –o por qué existe cualquier cosa, que no deja de ser la primera y, última, pregunta del pensamiento-
La democracia occidental no tiene un problema con el Islam ni con religión alguna: tiene un problema con el agnosticismo y la brutal indiferencia, no ya hacia lo arado, sino hacia lo numinoso. No tiene un problema con el Islam sino con el concepto de verdad. Cuando uno cree en la verdad, sabe muy bien lo que tiene que hacer con Mohamed: encerrarle con llave. Y sabe muy bien lo que tiene que hacer con la inmigración que no respeta los principios del país de acogida: ponerle en la frontera y no muy educadamente. Lo digo yo, partidario de las fronteras abiertas, al que la política de cuotas se me queda muy pequeña. Ahora bien, par actuaren nombre de la verdad, es decir, de la justicia, hay que cree en la verdad… y Occidente no cree en verdad alguna.
Con el juicio sobre las distintas manifestaciones religiosas ocurre lo mismo. La única religión en la que cree Europa es el credo relativista: Nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira". Para ese planteamiento, cristianismo o Islam son lo mismo. Es el caldo de cultivo idóneo para los mohamedes.
Lo que le ocurre a Occidente es que no cree en nada. El agnosticismo, y no la religión, es su problema. Porque creer en algo es la condición primera para discernir entre las buenas y las malas morales, es decir entre lo moral y lo inmoral. Ese discernimiento es el que Europa se ha auto-prohibido. En nombre de su tontuna relativista.
Reducir la religión al ámbito de lo privado no hace otra cosa que crear privilegios: el privilegio de los mohamedes.
Eulogio López