El 24 de enero se celebró la Festividad de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas. ¿Qué quiere qué les diga? Este tuvo que ser un santo con muchos redaños para que le atribuyan tan difícil apadrinamiento. El caso es que Juan Pablo II ha aprovechado para recordar que la televisión lanza siempre un mismo mensaje: infidelidad matrimonial. Es como si los medios, especialmente la televisión, se hubiesen convencido de que el matrimonio es una carga tan pesada que hay que llevarla entre tres.
Porque lo malo no es atacar la familia, sino comportarse como si la familia fuera algo risible. Y ya se sabe que una serie de televisión resulta mucho más influyente que siete ensayos puestos en fila (entre otras cosas, porque la serie de televisión la siguen millones de personas, mientras que ni un 1 por 1.000 de la población lee ensayos).
Si Juan Pablo II ha creído oportuno centrar la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (se celebra el 23 de mayo, pero la alocución papal sirve como aperitivo en la fiesta del obispo de Ginebra) en el tratamiento que los medios de comunicación hacen de la familia, será que la familia es el punto central de la sociedad mediática. ¿Saben una cosa? Lo es. Y todo el empeño de los enemigos de la libertad (el foro donde el hombre desarrolla su libertad es, precisamente, en el hogar), es decir, todo el empeño del progresismo imperante es ese: ridiculizar a la familia, mejor, ridiculizar el compromiso, que es la raíz de la familia, menospreciar el voto de los contrayentes, núcleo de la familia y, por tanto, de la libertad humana.
Eso es lo que ha dicho el Papa. Por el contrario, otras instancias cristianas de menor nivel, vuelven a centrar la celebración en la actitud de los medios hacia la Iglesia y de la Iglesia hacia los medios: La iglesia debe perder el miedo a los medios informativos (si yo fuera la Iglesia no desecharía un pánico tan fructífero: el miedo guarda la viña), debe abrirse a la prensa (¿más?), debe explicar su actividad (¿más?).
La verdad es que el acercamiento entre medios e Iglesia nos lleva a aquello de dos que no se pelean si uno no quiere. Eso es cierto, pero una cosa es no pelearse y otra entenderse: no, para el entendimiento sí que se necesitan dos. Por la misma razón, la Iglesia nunca se ha entendido con el mundo, entre otras cosas, porque su origen, sus intereses y sus objetivos les condenan a eterna pugna. Por eso, Juan Pablo II ha añadido, como informa la agencia Zenit, lo siguiente: "Los agentes de la comunicación deben conocer y respetar las exigencias de la familia. Esto supone en ellos a veces una gran valentía y siempre un hondo sentido de responsabilidad. No es tan fácil resistir a las presiones comerciales o a las exigencias de adecuarse a las ideologías seculares, pero eso es precisamente lo que los agentes de la comunicación responsables deben hacer. Es mucho lo que está en juego, pues cualquier ataque al valor fundamental de la familia es un ataque al bien auténtico de la humanidad".
¿Se imaginan a Jesús Polanco cambiando su habitual palinodia sobre la familia independientemente de su influencia sobre la cuenta de resultados? Eso es lo que pide el Papa, sólo que Polanco, o los chicos de Vocento, o cualquier grupo informativo, no pueden hacerlo por una cuestión elemental: los editores son gente que manejan información, el mayor de los intangibles, y esto es tanto como decir que son prisioneros de su propia historia. No se cambia el ideario ni el estilo de un medio de un día para otro, ni tan siquiera de un lustro para otro. Simplemente, no es posible, porque perdería todos sus lectores. Recuerden, nadie da lo que no tiene. El grupo El País no puede comenzar a respetar a la familia, en primer lugar, porque no sabe (tendría que echar a toda su plantilla, dado que nadie da lo que no tiene), pero también por algo más: porque perdería a toda su audiencia, acostumbrada a un tipo de mensajes.
Por lo demás, Karol Wojtyla se ha convertido en uno de los pocos hombres del siglo XXI que ha caído en la cuenta de aquello que explicara Chesterton. La familia es la única trinchera capaz de resistir los embates del capitalismo. Este pasado fin de semana, la televisión española ha vuelto a emitir la película Wall Street, la historia de un apalancamiento financiero con su mariachi de bonos basura y pérdida de empleo. Traducido: un enfrentamiento entre la familia y la especulación vigente en el mercado de valores más importante del mundo. Al final, la familia es el único reducto de la libertad individual.
Además, la verdadera diferencia de ideario entre la Iglesia y El Mundo es muy sencillo. El Mundo, y sigo ejemplificando como el caso de El País, aunque no es el único, pide periodismo objetivo porque la objetividad es propia del relativismo, la marca del mundo (también de El Mundo de Pedro J. Ramírez), es decir, la marca de quien no cree en nada y de quien está convencido de que no se puede creer en nada. La Iglesia cree en algo, e interpreta la realidad desde esa creencia, y la demostración de su verdad la encuentra, precisamente, en la realidad, una y otra vez. Y eso es periodismo católico: contar la verdad con un oído pegado al corazón de Cristo. En El País no lo saben, en El Mundo tampoco, ni en el ABC, pero si el Papa sigue insistiendo corre el riesgo de que se enteren hasta en la COPE. Y eso, podría resultar revolucionario.
Eulogio López