Siempre resulta agradable que un Nobel de Economía ratifique lo que llevas predicando mucho tiempo. En Hispanidad hemos defendido siempre la tesis de que la economía española marcha bien, pero las economías particulares españolas no machan tan bien. Hemos recordado, con el empeño generalizado en ocultarlo, que España tiene un problema de salarios bajos, y para ser exactos un problema de enormes diferencias entre salarios mínimos y salarios medios. Dicho de otra forma: que hay mucha gente que cobra bien y multitud de gente que apenas llega a fin de mes. Si a esos salarios bajos, inferiores a los europeos, se les une la vivienda cara, carísima, debemos concluir que en España se vive bien, gracias al sol.

Además, en cuanto alguien solicita que la banda de salarios bajos crezca con fuerza, desde luego por encima del IPC, las fuerzas vivas, políticos y empresarios, principalmente (con el silencio cómplice de unos sindicatos que trabajan para el asalariado asegurado y con buenas condiciones retributivas), y nos hablan de moderación salarial, que es precisamente, lo que le conviene a unos señores que no cobran, precisamente, el salario mínimo. Pues bien, el Nobel de Economía Joseph Stiglitz (entrevista en Gaceta de los Negocios, miércoles 8) acaba de afirmar que, en España, existe margen para que suban los salarios mínimos sin efectos negativos.

Hablando del mundo y de la globalización, Stiglitz también insiste en otra tesis que hemos repetido hasta la sociedad (aunque ésta mucho más compartida, por ejemplo con el Vaticano): la globalización es imparable, lo que ocurre es que hay que hacerla más justa. Es decir, o globalizamos todo o no globalizamos nada. Stiglitz recuerda que 1.000 millones de personas viven con menos que las vacas europeas en referencia a las subvenciones agrícolas europeas (PAC) que están destrozando al Tercer Mundo (aunque las norteamericanas, conocidas como las Farm Act, no se quedan atrás). Es decir, no se trata de reducir el librecambio mundial, sino intensificarlo, pero en términos de igualdad, lo que implica, tanto unas condiciones de trabajo mínimas, especialmente salarios dignos, como la apertura de fronteras a los inmigrantes, que deben tener tanta libertad de movimientos como los capitales y los productos. En definitiva, Stiglitz, como otros muchos economistas de categoría, no es un globicida, pero tampoco apoya la globalización tal y como se está desarrollando.