Por lo demás, Montilla estuvo lacónico y un tanto decepcionante. Sólo pistas sobre su actuación futura. Alabanzas innúmeras al gas como combustible para producir electricidad y como fuente energética de moda. Montilla ratificó la importancia del gas, que ahora representa, como se encargó de recordar el propio presidente de Sedigas, Antoni Llardén, el 16% del consumo energético nacional, por encima de la energía nuclear o de la hidráulica y que en 5 años ha subido un 63%.

 

La única idea que dejó clara el poderoso ministro del renacido Departamento de Industria es que la prioridad del Gobierno no será el suministro energético, sino el medio ambiente. Montilla no discutió lo más mínimo el Protocolo de Kyoto: simplemente considera que es "un reto" que hay que cumplir. Al mismo tiempo, apostó por el gas de forma descarada: "Vamos a construir un modelo energético alternativo, menos contaminante y más solidario socialmente". Asegurar el suministro es importante, desde luego, y eso exigirá a las empresas fuertes inversiones, pero lo más importante es el medio ambiente y la seguridad.

 

Y todo ello, para Montilla, significa gas, "la energía preferente para producir luz en todo el mundo, la más eficiente y la más respetuosa con el medio ambiente". Desde luego, con Montilla España no será uno de los países que resuciten la energía nuclear (como está ocurriendo en la USAde George Bush) o que conceda al carbón más medios de los estrictamente necesarios: la apuesta del Gabinete Zapatero es el gas.

 

La postura de Montilla se aproxima a las de Gas Natural e Iberdrola y se aleja de las de Endesa y Fenosa. El consejero delegado de ésta última, Honorato López-Isla, mantuvo recientemente una tesis bien distinta a la del ministro Montilla. Para López-Isla, España no puede permitirse cerrar ni una sola planta de generación de energía, utilice el combustible que utilice.