José Luis Pérez, 52 años de edad, esposo de la alcaldesa del pueblo catalán de Esparreguera llamó la atención de unos adolescentes de 14, 15 y 17 años por no sabemos qué: quizás por hacer mucho ruido o por molestar a alguna señorita que por allí pasaba. Los susodichos le siguieron por el pueblo y en una calleja le golpearon hasta matarlo. Con razón hay muchas personas que prefieren ser ofendidos por una pandilla de adolescentes o renuncian ayudar al ofendido: te puede costar la vida. Apostilla: mientras Pérez agonizaba en un hospital barcelonés, la juez decretaba libertad vigilada para los tres miserables, que se enorgullecían de haber "pegado a un adulto".

Hoy mismo he leído en un periódico el alegato, estoy seguro que muy sincero, de un columnista que pide medidas políticas y sociales inmediatas y "sin excusas" para que este tipo de actos no se vuelvan a repetir. Pues siento decirle que se repetirán, y cada vez más.

Sólo la ceguera humana puede preguntarse cómo suceden este tipo de cosas. Pero, ¡almas de cántaro!, lo ilógico es que no suceda más. ¿Que los padres tienen la culpa? Bueno sí, la culpa inmediata seguro que sí, por la acusación es injusta. ¿Acaso la sociedad progresista en la que vivimos no ha inculcado a los padres que los principios morales no existen, y que predicarlos, no digamos nada imponerlos a los peques es reaccionario y ofende a la dignidad del educando? Si no existen principios morales absolutos, ¿por qué tengo yo, adolescente fuerte, criados con vitaminas, que no con principios, que respetar al barrigudo baboso que ha tenido la osadía de reñirme, de humillarme, delante de mis amigos? Y si no existe una moral objetiva ni verdades absolutas, ¿por qué tengo yo, padre, que darme el mal rato de imponer unos principios, por ejemplo el del respeto a tus mayores?

El relativismo, es decir, los progres son los verdaderos culpables de que haya adolescentes miserables como los de Esparreguera. Ante eso, sólo cabe, en efecto, la americana Asociación del Rifle: como el adolescente se burla de mis admoniciones y posee más biceps y una constitución más atlética que la mía, lo único que me queda es la libre venta de armas y disparar. Las armas de fuego igualan a los desiguales, y permiten al débil protegerse del fuerte. En una sociedad guiada por la violencia, que aparece cuando desaparece la moral, constituye el único camino para que el débil, el adulto, se proteja del fuerte, el joven. Precisamente porque las armas de fuego tienen la gran 'virtud' de que igualan al fuerte con el débil, y nos homologan a todos bajo el título de homicidas.

La clave, por tanto, está en dejar de decir imbecilidades sobre la moral individual y empezar a aplicar la moral cristiana de siempre, la única que puede salvarnos de la violencia creciente. Digo cristiana porque si pretendemos aplicar una moral sin Dios, aparecerá en escena la pregunta ulterior. Y si Dios no existe, si somos producto de una matemática ciega y sin sentido, ¿quién prescribe lo que es moral y lo que es inmoral?

Respecto a las medidas políticas no son más que una consecuencia directa de esa moral. Si no hay moral sin Dios mucho menos hay civilidad sin moral (esto, los fautores de EPC no lo saben, pero no porque no lo sepan ellos no deja de ser cierto). En efecto, si no hay moral objetiva tampoco hay autoridad reconocida, que es, precisamente, lo que no aceptan los tres niñatos canallas de Esparreguera. La disciplina sólo es aplicable o por la fuerza bruta o cuando existe un sentimiento de gratitud del disciplinado. El problema de la moral neutra de Educación para la Ciudadanía, donde no hay principios sino sólo una tolerancia con el otro, es precisamente ése: que anula el sentido de gratitud, que los ciudadanos de toda sociedad floreciente han mamado desde la cuna. Gratitud hacia los padres, por eso les obedezco, porque me limpiaron las heces cuando yo no me podía valer por mí mismo, gratitud a los abuelos, que hicieron lo propio con quien lo ha hecho conmigo, gratitud a los profesores, que me desasnan, gratitud hacia la sociedad, que me ha proporcionando una educación, una paz cívica, unas posibilidades, y así con todo. Los tres chavales de Esparreguera son de los que se guían por dos principios. A saber:

No me arrepiento de nada y "no le debo nada a nadie". Son los dos principios que antes o después llevan a la selva, y como el ser humano racional no puede vivir en la selva, a la tiranía.

¿Estoy diciendo que la única manera de evitar lo de Esparreguera es enseñarles -con la palabra y el ejemplo, y llegado el caso, en la adolescencia, con la imposición- el catecismo a los chavales? Sí, estoy diciendo justamente eso. La represión es 'a posteriori', genera venganza y otorga justicia al débil pero le abandona ante nuevas injusticias.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com