Ciertamente no hay que olvidar a los muertos, pero tampoco conviene utilizarlos para lanzarlos contra la cara del adversario. De los muertos sólo hay que hablar para defender su honor y del pasado hay que hablar y mucho, para evitar sus errores.
Mi mayor asombro de tres años de Gobierno Zapatero es que el jefe del Ejecutivo comenzó siendo comprado con Mr. Bean pero en tres años ha conseguido restaurar su parecido. Hasta en su manera de andar y de situarse en las reuniones y ante las cámaras. No es que se parezca al humorista británico, es que le imita.
Y si sólo imitara sus andares y su gesticulación resultaría gracioso. Lo peor es que Mr. Bean es un personaje malicioso, rencor en estado puro, rencor pueril, pero no por ello menos dañino, sino más molesto.
Ahora se ha empeñado en rehacer la historia. Y en desenterrar los cadáveres de la Guerra Civil. Por ejemplo, pretende impugnar los juicios del Franquismo, que es como si alguien se impusiera la tara de impugnar las injustas decisiones de Manuel Azaña, Felipe V, El rey Don Rodrigo, Abderramán III o el guerrillero Viriato.
Tres generaciones había costado, no olvidar, sino repensar la Guerra Civil y sus 600.000 muertos, y ahora Rodríguez Zapatero y Gaspar Llamazares la invitan al banquete de la actualidad.
Y la Ley de Memoria no es una convención de historiadores, no. Tiene un doble objetivo: la revancha, porque ZP se ha empeñado en que su abuelo gane, por fin, la Guerra. No hablamos de justicia, sino de venganza, de venganza sobre unos hechos concluidos hace 68 años. ZP es un resentido siniestro, un desenterrador de cadáveres.
La segunda víctima será la verdad: ¿O es que alguien, aparte de Pepiño Blanco, puede esperar que el revisionismo de José Luis y Gasparillo puede albergar una mínima nota de ecuanimidad? La Ley de Memoria Histórica, ¿servirá para resarcir a todos los asesinados por razones religiosas?
La verdad sea dicha, ZP es Mr Bean, pero un Mr. Bean siniestro, un desenterrador resentido, dispuesto a terminar con la verdad y con la concordia. Eso sí, con mucho talante.
Eulogio López