Menos mal que los cristianos no creemos en símbolos, sino en signos. Las metáforas y las palabras sólo son medios para explicar realidades espirituales a un hombre aferrado a lo visible y sólo los necios confunden la parábola del viñador con la política agropecuaria.
Porque, de otra forma, sería para preocupar lo ocurrido el domingo en la Plaza de San Pedro. El Papa Francisco suelta dos palomas, símbolos de la paz: la primera es atacada por un cuervo, bestia carroñera de la tierra: la segunda por una gaviota, bestia carroñera del mar.
Figúrense si me importarán poco los símbolos que la paloma ha pasado de símbolo de la paz a rata del aire en unos pocos años. Pero el hombre es nostálgico por naturaleza y el asunto del colombicidio vaticano da que pensar.
Por lo general los estudiosos de los novísimos, del Apocalipsis y de los últimos tiempos identifican a la bestia del mar con el Anticristo personificado y la bestia de la tierra con una abyecta autoridad eclesiástica. Con las simplificaciones al uso: un Rey malvado y un Papa traidor. Naturalmente, no tiene por qué ser así. Es más, si existe consenso sobre esa imagen, no lo duden: no será así.
Lo único claro es que el juicio final vendrá por sorpresa, con los conceptos sabidos y en forma y tiempo desconocidos, ajenos a toda hipótesis que hayan formulado los expertos. Es decir, que solemos acertar en los signos y fracasar en los símbolos.
Pero el hombre es animal de costumbres, hábitos y rutinas. Y de símbolos. Por ahora, lo único que sabemos es que las gaviotas y los cuervos tienen muy mala leche y no les gustan las palomas.
Y también sabemos que aunque no sepamos ni el día ni la hora, ni el cuándo ni el cómo, sí sabemos el porqué: la corrupción el hombre del siglo XXI y, por tanto, su necesidad de conversión y desconfianza en Dios (las dos 'C', para los amigos de las siglas, que no dejan de ser símbolos) no preludian nada bueno, al tiempo que presagian que, tras lo malo vendrá lo mejor. El qué, el quién, el dónde y el cuándo y el cómo seguro que nos pillan en fuera de juego, pero la conversión y la confianza, no. Sobre ese asunto no podemos poner la pedante excusa legalista de no haber sido advertidos.
Eulogio López