Como he sido una víctima del odio he consagrado mi vida a la tolerancia. Para ser las primeras declaraciones de una presidenta, Michelle Bachelet no ha optado por el vitalismo que se le atribuye: ha ido donde siempre, al victimismo.
Bachelet se ha impuesto a Sebastián Piñera, por el 53% frente al 46%, de los votos emitidos. No me gustaba ninguno de los dos candidatos, pero desde luego el que menos Bachelet, en cuanto candidata de la Concertación. Los chilenos son gente práctica, por lo que han decidido unir el centro derecha y el centro izquierda en una sola opción: socialistas y democristianos, todos unidos, concertados, en el poder. Menos mal que han salido los neoliberales de Sebastián Piñera y los cristianos de Joaquín Lavín, que de otra forma no podrían hablar de alternancia y por tanto, tampoco de democracia.
Bachelet tiene por socios, por tanto, a los democristianos, Pero no se dejen engañar por el nombre, ni en Chile ni en ningún otro sitio. Todo el mundo sabe lo que diferencia a cristianos de democristianos: cristiano es aquel que corre delante de los leones; democristiano es aquel que corre detrás. Cuándo alguien inquiere por qué detrás, se le facilita una doble explicación: o bien porque azuzan a las fieras para que se coman a los cristianos o bien porque los leones les temen más que a una estampida de búfalos. Personalmente, opino que ambas explicaciones son igualmente ciertas, en nada incompatibles, en todo complementarias.
Así que los democristianos están dispuestos a apoyar a Bachelet con tal de que les reserven su cuota de poder, cosa que los socialistas de doña Michelle hacen con muy buen gusto. Bachelet es hija de un militar torturado y asesinado por Pinochet, con todos los votos que eso supone. Digamos que eso son los votos merecidos, aunque debería dejar de explotarlo. Es más, se le permitiría que lo explotara en campaña electoral, pero no en el momento del triunfo.
Pero Bachelet es más cosas: presume de agnóstica, de haberse divorciado dos veces, de ser una fan del aborto y del matrimonio gay. Quizás por todo ello la aprueban los que corren detrás de los leones. Su ideólogo y responsable de campaña el ex ministro Sergio Bitar, ha hablado de un cambio social: me temo que no se refiere a la economía, sino a lo que los progres entienden por social: aborto y homosexualidad.
Tampoco me preocupa su obsesivo empeño en mostrase agnóstica en un país de formidable tradición católica. Ni me preocupan los políticos ateos o agnósticos y ojalá hubiera más ateos comprometidos y menos agnósticos comodones. Por regla general, los ateos se convierten o se suicidan; los agnósticos simplemente vegetan por el suave plano inclinado que conduce al vaso de los desperdicios- pero sí me preocupan aquellos que hacen alarde de su condición.
Y como decía, el cambio social no afectará en mucho a la economía. No va a cambiar las pensiones privadas, ni los despidos baratos, ni todo aquello que, entre otros con gente como Piñera, no nos engañemos, hizo de Chile una sociedad ultracapitalista, donde cada cual se saca las castañas del fuego como puede. Ese sistema capitalista no lo toca alguien como Bachelet, que no está en la izquierda, sino en la progresía. La progresía no se ocupa de los pobres, sino de los pobres gays, las pobres mujeres y otro tipo de pobres. Pero de los pobres sin apellido no, eso sería caridad, algo muy antiguo. Lo de Bachelet es el capitalismo agnóstico, que tiene la ventaja de poder ser defendido con idéntico entusiasmo por el PSOE y por el PP, por el centro izquierda y el centro derecha. Es más, si se unen ambos pues puedes gobernar Chile, o cualquier otro país, durante muchos años. Zapatero que no te enteras, que no tenías que haber pactado con Carod, sino con Rajoy.
¡Pobre Chile! Para comprender mi pesimismo no tienen más que pensar en el comando español que colaboró con entusiasmo en la recta final de la campaña de Bachelet: Ana Belén, Miguel Bosé y Felipe González. Por ese orden.
Eulogio López