Sin llegar a la contradicción, pero con consecuencias más deplorables, podríamos decir que, con el presidente del Tribunal Supremo, Carlos Dívar, la calumnia ha vuelto a triunfar. Ha sido un linchamiento en toda regla y hay que ser un héroe para aguantar lo que ha aguantado este hombre.
Así que lo más seguro es que dimita, aunque sinceramente, yo no lo haría. En estas circunstancias, dimitir se interpreta como un reconocimiento de culpabilidad. Ese es el problema.
Otrosí: con Carlos Dívar hemos descubierto que quien miente tiene más posibilidad de ganar y quien reconoce la parte de metedura de pata que siempre hay en un debate. Seguro que Dívar se ha propasado en sus cuentas de gastos en algún momento... como todo el mundo. Lo que ocurre es que sus atacantes no están dispuestos a reconocer ningún error ni mucho menos a arrepentirse de los mismos, mientras Dívar sí, que por algo es cristiano. Sus oponentes sencillamente no reconocerán nada, empezando por su mala baba.
Pero no se preocupen, al final la verdad siempre se impone. El problema para el honor de las personas es que se suele imponer tarde, entre otras cosas porque no todo lo que es verdad es demostrable y, en aras de ese principio, Dívar se tendrá que marchar con la cabeza gacha a pesar de ser un jurista... y a pesar de que tanto la Fiscalía como el propio Tribunal Supremo han decidido que no ha cometido delito alguno.
Total: que Carlos Dívar se marcha -o eso parece y yo sigo esperando que no lo haga- con el honor por los suelos. Por el momento, la calumnia gana.
Eulogio López
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