Como afirma en su conclusión, la doctrina de la Iglesia en la materia no es un cúmulo de prohibiciones sino la protección del más débil ante el más fuerte, un canto a la vida y la inconmensurable dignidad de la persona, dignidad que sólo puede comprender aquel que sabe que el hombre -un desastre de criatura en tantos aspectos- es hijo de Dios, y que el mismo Dios se tomó la molestia de dejarse clavar en una cruz.
Documento extenso, como corresponde a la Sagrada Congregación más importante de la Iglesia por la sencilla razón de que cuida el mensaje, y la Iglesia no son ladrillos, sino Magisterio, mensaje. Sin embargo, yo lo resumiría con las cuatro palabras con las que Benedicto XVI (me dicen que siguiendo los lapsos de Juan Pablo II, aunque no he encontrado la cita en este último) resumió todo la doctrina de la Iglesia sobre bioética: Dios ama al embrión. Cuatro palabras que cierran toda controversia, y que marcan un rumbo seguro. Porque no se cosifica lo que se ama.
La genialidad de Benedicto XVI está en darse cuenta de que todo el mundo entiende el lenguaje del amor.
Eulogio López
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