Ya que el tiempo era llegado
en que hacerse convenía
el rescate de la esposa
que en duro yugo servía
debajo de aquella ley
que Moisés dado le había,
el Padre con amor tierno
de esta manera decía:
-Ya ves, Hijo, que a tu esposa
a tu imagen hecho había,
y en lo que a ti se parece
contigo bien convenía;
pero difiere en la carne
que en tu simple ser no había.
En los amores perfectos
esta ley se requería:
que se haga semejante
el amante a quien quería;
que la mayor semejanza
más deleite contenía;
el cual, sin duda, en tu esposa
grandemente crecería
si te viere semejante
en la carne que tenía.
-Mi voluntad es la tuya,
-el Hijo le respondía-,
y la gloria que yo tengo
es tu voluntad ser mía;
y a mí me conviene, Padre,
lo que tu alteza decía,
porque por esta manera
tu bondad más se vería;
veráse tu gran potencia,
justicia y sabiduría;
irélo a decir al mundo,
y la noticia le daría
de tu belleza y dulzura
y de tu soberanía.
Iré a buscar a mi esposa,
y sobre mí tomaría
sus fatigas y trabajos
en que tanto padecía;
y porque ella vida tenga,
yo por ella moriría,
y sacándola de el lago
a ti te la volvería.
(San Juan de la Cruz, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, Editorial Alfaguara)
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08/10/24 06:22