A Danny (Jet Li) lo han tratado siempre como si fuera un perro. Su amo (Bob Hopkins) lo ha convertido en una máquina de matar e, incluso, le obliga a llevar un collar al cuello. Pero, un día, Danny conoce por casualidad a Sam (Morgan Freeman), un ciego que se gana la vida como afinador de pianos. Pronto Sam y su hijastra, Victoria, le demostrarán al joven luchador que hay otra vida diferente a la que él concibe, donde hay hueco para la humanidad y el cariño.
Danny The Dog desarrolla un argumento que recuerda al Frankestein cinematográfico (se repite la relación amistosa entre el ciego y el monstruo) o al personaje calderoniano de Segismundo de La vida es sueño (Danny, al despertar de su embrutecimiento reparará en que hay otras posibilidades en la existencia). Pero, a pesar de ello, nos encontramos ante una película fallida en su puesta en escena no en su planteamiento. La película podría haber sido realmente estimable si el director no se hubiese decantado por un comic donde prima la violencia más bestial, lo que le convierte en un largometraje de difícil encaje para el público. Para los adultos resultará pueril en su argumento y no está indicada para los adolescentes porque contiene demasiada violencia gratuita