Y no es de extrañar que la agenda de los magistrados no dé abasto, si consideramos la sentencia de un juez pacense, o sea que no es juez de paz sino de Badajoz.
Yo conozco a un apellido compuesto, de alta cuna y baja cama, protagonista de un suceso parecido. Les aseguro que no me invento nada, salvo mi mala uva. Sucedió que la noble señora se divorció (todas las películas, salvo las de Almodóvar, acaban en boda y todas las tragedias en separación) y entonces vino el problema, de nombre Cuchi. Cuchi es un perro, no perra, tierno y cariñoso, un lanitas menudo, de raza indefinida y paternidad no reclamable. La perfidia del esposo de la señora -que seguramente no era un señor- le llevó a llevarse a Cuchi con él, lo cual, como es lógico, provocó la llantina inconsolable de su esposa, que sí era una señora.
Naturalmente, la injuriada matrona se vio obligada reclamar los servicios de dos gorilas -que tampoco eran señores ni falta que les hace- de la empresa de su padre, que no sabemos si era señor pero que tenía apellido compuesto y varios miles de euros en su cuenta corriente. Los dos susodichos armarios aparecieron en el domicilio del ex, y le conminaron (lo que se llama un piquete convencitivo) a entregar a Cuchi, que fue inmediatamente devuelto a su señora -de apellido compuesto, como creo haber dicho antes- entre una algarabía de parabienes y explosiones de risa argentina.
Nótese que nuestra heroína no acudió a los jueces, sino a dos gorilas de papá para reclamar lo que en justicia le correspondía. A eso se le llama hidalguía.
El caso pacense es distinto, porque en cuanto los jueces entran en acción lo fastidian todo, empezando por los matrimonios. ¿Custodia compartida? ¡Valiente tontuna! Cuchi descansa ahora en el regazo de su dueña que ha mostrado su fina sensibilidad al evitar los tediosos tribunales y reducir la carga de trabajo de nuestra Administración de Justicia. Se pueden compartir hijos y hacienda pero los seres realmente importantes no deben ser objeto de negociación: Cuchi no se comparte.
Eulogio López
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