En Estados Unidos se alzó un enérgico grito después de que el aborto a petición se legitimara en 1973, en la nefasta sentencia Roe vs. Wade.

Esa voz fue la de Catherine MacKinnon que, en su artículo La privacidad contra la igualdad, aclara que los partidarios y los contrarios al aborto comparten una suposición: que las mujeres controlan de manera significativa el acto sexual.

En las diversas indagaciones las esposas están, más que los maridos, en contra del aborto, lo ven como un dilema individual. Las jóvenes se estremecen al pensar que el marido pueda privarles de la mayor alegría de su vida: la ternura de un bebé. En Estados Unidos un 64% de las jóvenes que abortan voluntariamente, se sienten forzadas por otros mortales. Las esposas estadounidenses abortan para complacer las chifladuras de personas que no ambicionan amparar a su retoño, según Frederica Matthews-Green.

Sin embargo, la dolencia para la mujer que aborta es psíquica según la American Psychological Association. Se ha divulgado la gran depresión que sufre la mujer tras un aborto legal. Las casadas pueden oponerse al aborto durante el estado de gestación sin embargo, la legitimación del aborto a petición, hace que padezcan las secuelas. Si la joven aborta, el esposo se ve eximido de toda responsabilidad y guarda a la esposa como objeto carnal.

Si se demuestra, a lo  largo del embarazo, que el chiquillo es deforme, si no aborta, la esposa será la culpable de las cargas que el vástago traiga consigo. El aborto ofrece la liberación de la mujer. A lo largo de la historia, los hijos han sido un resultado lógico de los idilios entre el hombre y la mujer, por lo tanto, los dos son los padres de la criatura. Esto no pasa con el aborto libre que impide el nacimiento de un bebé. Es la mujer quien decreta si el hijo entra en el mundo de los vivos.

El aborto solicitado es la extirpación voluntaria de un ser humano en la fase inicial de su vida, que va desde la fecundación hasta el nacimiento. Nunca se puede justificar el exterminio pensado de un ser humano inocente e indefenso.

Clemente Ferrer

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