Muy elocuente el acuerdo al que llegaron Basagoiti y Abascal, en virtud del cual éste renunciaba al acta de diputado vasco que le correspondía, a cambio de que Urquijo fuera el nuevo delegado del Gobierno en aquélla región.
"O renuncias o no nombro a Urquijo", le espetó el primero al segundo. Ingenuo de mí, yo pensé que a los Delegados del Gobierno los nombraba el Gobierno.
No es esta sino una muestra evidente de la confusión entre las instituciones y los partidos, de la 'partitocracia' en que nos movemos. Los partidos se erigen en dueños de las actas de diputados, imponen una disciplina de voto contraria a la Constitución, se autofinancian -en lugar de suprimir las subvenciones, se minoran en un 20%-y se dan toda clase de privilegios y prebendas.
Estoy seguro de que hay un pacto de no levantar alfombras cada vez que hay un cambio de partido gobernante. Pasó con Aznar y el GAL, y ahora entre ZP y Rajoy, quien ha asumido frente a aquél el compromiso de no quejarse de la herencia recibida.
Si yo fuera Rajoy hubiera encargado antes de pisar La Moncloa una auditoría de las cuentas públicas a una empresa internacional de prestigio, y cuando tuviera su resultado hubiera convocado una rueda de prensa para que todos los ciudadanos supieran la herencia económica que recibe. No digamos ya la moral, no auditable.
En lugar de eso, adopta unas primeras medidas contrarias a lo que dijo antes de las elecciones y "desaparece" del mapa.
Coherencia, Sr. Rajoy. Su ausencia es lo que hace perder credibilidad a los políticos. Dicen una cosa y hacen otra. A eso yo lo llamo estafa electoral. El programa de investidura tenía que ser como un contrato con la sociedad, y su incumplimiento doloso o culposo, estar tipificado como tal estafa. No se puede engañar al electorado.
A mí no me ha engañado, porque no le voté. No me gustan las ambigüedades.
Fernando Ferrín Calamita