Primera lectura, en diagonal de la nueva encíclica de Benedicto XVI, la llamada económica, aunque me temo que el Vaticano amplía el campo semántico de la economía hacia unos derroteros no habituales en la ciencia profana.

Sin verdad, la caridad se queda en mero sentimentalismo. No parece ociosa la reflexión, porque el refrán eclesial imperante exige que la caridad esté por encima de la verdad. Al parecer era un mito y no nos habíamos dado cuenta.

Benedicto XVI, el Papa del realismo, no podía comenzar su análisis económico de otra forma que con la verdad, concepto que, en principio, parece ajeno a la economía e incluso, no sé porque me viene a las mientes, al periodismo económico. No lo es: Sin amor por lo verdadero no hay conciencia y la responsabilidad social se deja a merced de intereses privados y lógicas de poder.

Un paso más, siguiendo los pasos de quien advirtió que nada hay más natural que lo sobrenatural y que si quitábamos lo sobrenatural sólo nos quedaría lo antinatural (Chesterton): La caridad supera a la justicia, siguiendo la lógica de la entrega y el perdón. Ojo con esta frase, que recuerda el gran mensaje de Juan Pablo II: No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón. En otras palabras, ni ideologías ni idearios pueden, por muy nobles que sean, solucionar los problemas del hambre, no ya para dar un sentido a su vida, ni tan siquiera aseguran su convivencia. Como dice el Papa, hay que introducir la lógica de la entrega, de la donación, que ningún Estado puede exigir al ciudadano.

No hay justicia social sin entrega -caridad, amor, donación, como quieran llamarle- sin aportar algo más -o algo bien distinto- de lo que la ley exige, porque la ley por sí misma, el famoso Estado de Derecho, da de sí lo que da de sí, no más. Tampoco puede haber paz sin justicia, o será la paz de los cementerios, y trabajando con un ser dañado por el desagradable incidente de la amenaza, la justicia no basta sin arrepentimiento, y sin perdón, porque siempre habrá alguien -unas setenta veces siete- que viole la justicia y tenga que dar marcha atrás a través del perdón, conseguido u otorgado.

No hay justicia sin perdón, clamaba Juan Pablo II. Añade Benedicto XVI que no hay caridad sin verdad. Clive Lewis culminaría esa línea de pensamiento asegurando que si la verdad no existe o no es cognoscible estaríamos ante la abolición del hombre. Es el fin lógico de la progresía que hoy controla el mundo.

Este es el esqueleto de la encíclica. Las concreciones son menos relevantes: la dejo para mañana.

Eulogio López

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