Para muchos empresarios españoles (salvo para los que tienen un departamento de recursos humanos capaz de utilizar los entresijos de la ley contra el trabajador, es decir, las grandes empresas) contratar a un trabajador es casarte con él, y matrimonio católico, de por vida. Y el que contrata es precisamente ese: el pequeño empresario, el que cumple la ley porque no está capacitado para trucarla (no digo para violarla).
Sería, sobre todo, una forma de acabar con la temporalidad. Hablamos de un contrato único indefinido, con una indemnización por despido pactada de antemano, a lo que habría que unir los factores clave de una reforma laboral: despido libre a cambio de salario digno.
Frente a esto tenemos a una derecha capitalista -representada por el FMI- que le pide a España que se rebaje los salarios. Precisamente a España, un país donde el salario medio no alcanza los 1.700 euros, la mitad que en Alemania, y donde la diferencia entre salario mínimo y salario medio es una de las más altas de Europa. ¡Hay que tener cara, Dominique!
Por otra parte, tenemos a la izquierda, representada aquí por Zapatero, que no quiere ni oír hablar de despido libre pero que mantiene la política de salarios bajos a cambio de rigideces salariales, así como mantiene la política de otorgar subsidios en lugar de proporcionar empleo. Repitámoslo otra vez: el trabajador honrado no quiere subsidios de paro, quiere un empleo. Si el Estado debe endeudarse, que no sea repartiendo subsidios sino endeudándose en infraestructuras, por ejemplo.
Por tanto, despido libre y salario digno, deberían constituir los dos puntos claves de la reforma laboral que, a buen seguro, no va a ser la que apruebe el Gobierno ZP el viernes 5 de febrero. Las nuevas generaciones, estoy convencido, aplaudirían con entusiasmo la medida.
Eulogio López
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