Un conocido mío de una ciudad castellana y padre de varios niños, me dijo: un grupo de amigos nos hemos decidido a recorrer la ciudad para hablar de Dios a quienes quieran escucharnos.
Esta forma de apostolado evoca en mí otra semejante: hace años, conocí, en Extremadura, a grupos de jóvenes, ellos y ellas, que recorrían la ciudad parando a los de su edad para invitarles a una Misa en honor de la Virgen (era los sábados muy temprano), a Círculos de Estudios (reuniones formativas), a cenáculos de oración, etc.; así, sin complejos ni cobardías.
Hoy, hay muchos jóvenes que no pisan en una iglesia, y nos preocupa su alejamiento; pero, ¿hacemos algo para presentarles al Señor? Si no hay siembra, ¿cómo va a haber cosecha? ¿No será necesario, para la Nueva Evangelización que pidió Juan Pablo II, salir a los caminos y realizar ese apostolado decidido y alegre alma por alma?
¿Creemos que van a conocer a Jesús si los que lo conocen no quieren o no se atreven a presentarlo? A los jóvenes hay que salirles al encuentro allí en donde se encuentren; pero necesitan ser alentados por sacerdotes que no se duerman, centinelas del mañana ellos también; sacerdotes santos y valientes, a los que les duela Cristo en lo más hondo.
Si Él dio su vida por todos con indecible sufrimiento, los que le amamos, ¿no deberemos compartir su sed de almas? ¿Qué hacemos para atraer a los jóvenes?
Los santos ven y reflexionan; imaginan nuevas formas de apostolado y no se detienen ante los problemas sino que buscan la solución y se lanzan; son constantes y hacen realidad su sueño de apostolado, a veces con originalidad. Nos sirven de ejemplo y son la esperanza del mundo.
Josefa Morales de Santiago