La cirujana torácica de la Clínica de la Universidad de Navarra. Akiko Tamura, a los 37 años y con una brillante carrera, ha atrapado su verdadera vocación. Pende la bata y abandona el bisturí para mudarse al monasterio de las Carmelitas Descalzas de Zarauz (Guipuzcoa), como monja de clausura.
Asegura que "estaba encantada" con su trabajo pero sintió la llamada: "sígueme". "Iba en el coche tan tranquila y de repente en medio de mi corazón noté claramente que Dios me pedía ser carmelita descalza. Ni oí voces ni vi visiones, sólo sentí una paz y un amor de Dios inmenso".
Akiko no siente pánico: "Ante los placeres a los que renuncio pienso en lo que gano. Y es que Dios me quiere". Y añade: "Toda cosa buena requiere una renuncia, pero lo que ganas es mucho mayor. Mis amigos y mi familia son un bien enorme, pero Dios vale la pena". "Me he dedicado a curar cuerpos y ahora me voy a dedicar a salvar almas".
Esto mismo le pasó a Marijose Berzosa que franqueó, sin parpadear, el pórtico del claustro. Tenía 18 años y era un día festivo, en la población burgalesa de Lerma. Atrás quedaba la carrera de Medicina y todo un futuro que abandonaba para perpetuar la llamada de Cristo.
Candidez, obediencia e indigencia. Vida contemplativa y nada más. Marijose cambió su nombre por el de Sor Verónica y su indumentaria por un traje talar atado a la cintura por un cordel blanco, sandalias todo el año; una celda como dormitorio, oraciones desde las primeras luces del día, penitencia, disciplina, quietud, vigilia y labranza, para encontrar a Cristo. Y lo encontró alejada del mundo exterior y encerrada entre muros y verjas. Una hermana muy mayor, en el lecho de muerte, le dijo que ella vería cosas grandes. Así ha sucedido ya que, la Santa Sede, aprobó que se constituyeran como un instituto femenino de derecho pontificio denominado "Iesu communio".
El monasterio hoy acoge a jóvenes que anhelan tomar parte del júbilo de estas religiosas que oran, interpretan canciones y danzan sin abandonar la sonrisa de sus labios. Alzan los brazos a la eternidad mientras cantan: "Soy de Cristo".
Cuando Marijose arribó al monasterio de Lerma, en 1984, estaban 23 monjas; hoy son cerca de 200 hermanas.
Dios nunca se deja ganar en generosidad. A nuestra débil correspondencia envía un torrente de gracias. Se hace realidad aquella promesa que hizo Jesús: se recibe el ciento por uno, aquí en la tierra, y luego la eternidad para siempre.
Clemente Ferrerclementeferrer@clementeferrer.com