Por supuesto que hay que denunciar a la corrupción política, pero no caer en la calumnia. Porque no será la corrupción, a no ser que adquiera proporciones gigantescas, sino la calumnia, la que nos llevará al enfrentamiento civil.

La calumnia nace cuando se deja de creer en la rectitud de intención del adversario, cuando el contrario ya no es el errado sino la mala persona. De ahí a la guerra civil sólo hay un paso.

Por otra parte, aunque los casos de corrupción real abundan, cuando se vive en enfrentamiento civil, el problema es que siempre se exagera, se acusa de más de lo que hay, aunque lo que hay resulte más que suficiente. 

Eso, por no recordar que, tras someter al caído a un escrutinio feroz, algunas veces, no todas, resulta que es inocente, y ya nadie puede resarcirle de lo acontecido. 

¿Quiero decir que no haya que perseguir la corrupción? No, quiero decir que hay que perseguirla y a base de bien, porque además el corrupto es poderoso y los poderosos casi siempre mienten y ponen muy difícil la demostración de su corruptelas y se aprovechan de un sistema judicial actual, demasiado garantista, un adjetivo estupendo pero que se concreta en ser bonancible con el delincuente y riguroso con la víctima. Resumiendo, que hay que creer en la inocencia primaria de las personas y no caer en el ensañamiento con el que malvado. La justicia basa, la venganza no es necesaria.

Ojo, y cuando se demuestra la corrupción y se castiga al corrupto, una vez que este pague su pena, puede y debe reincorporarse a la sociedad con la cabeza alta, sin que nadie le recuerde su pecado de continuo y lo convierta en una marginando hediondo.

Por último, no conviene olvidar que el término corrupción resulta engañoso. Corromper no sólo es meter la mano en la caja. Mucho más corrupto es aquel que sigue el ritmo vital más desastroso de todos, que se resume en las siguientes palabras: O se vive como se piensa o se acaba pensando como se vive. 

Otrosí: no hay peor corrupto que aquel que ha sido incoherente con sus ideas y luego, por soberbia, es incapaz de arrepentirse de su incoherencia y acaba por convertir en teoría sus aberraciones.

¿Ejemplos? Por miriadas. Sin ir más lejos, todo lo que tiene que ver con la blasfemia contra el Espíritu Santo -convertir el bien en mal y el mal en bien- forma parte de esta corrupción especialmente venenosa. Verbigracia, convertir el abominable crimen del aborto, el mayor ensañamiento con el más débil e inocente de todos los seres humanos, en un derecho constitucional. Eso es una corrupción indeciblemente superior a la de meter la mano en la caja.