Este jueves muchas personas que vivimos y amamos en el País Vasco estamos sobrecogidos, nuevamente por una esperanza que parece más sólida que en otras ocasiones frustradas.
En plena tarde de otoño ha amanecido una primavera luminosa, donde la violencia no tiene ya cabida.
Han transcurrido muchos años, demasiados. Muchos siempre repudiamos toda fórmula que comportase víctimas, incluso en plena dictadura. Hemos recorrido miles de kilómetros pidiendo la paz, llevando en la solapa el lazo azul, con continuos gestos por la paz.
Quienes peinamos canas pedimos que nuestros hijos e hijas no llegasen a saber de los cruentos zarpazos de la violencia en nuestras calles, en nuestros municipios. No pudo ser. Vimos con pena cómo una nueva generación sufría el desgarro del terror, con sus múltiples secuelas. Con el primer nieto, suplicamos que no llegase a esa edad de la razón en la cual habría de aprender que la anacrónica violencia aún persistía.
Ojalá lo hayamos logrado. Y si así ha sido, que nadie dude que ha sido nuestro anhelo de paz quien lo ha conseguido. Mucha buena gente, de todas partes, ha logrado lo que parecía imposible. Construir la paz, y que sea absoluta, definitiva, irrebatible, e imposible de arrebatar ahora que ya, al fin, es nuestra.
Mikel Agirregabiria Agirre