Junto a la de Barack Obama, más demagogo en Honduras que su propia secretaria de Estado, Hillary Clinton, la peor noticia que ha recibido el presidente Roberto Micheletti ha sido el apoyo que el mexicano Felipe Calderón ha prestado al depuesto Mel Zelaya. Calderón sufre una fortísima bajada de popularidad en su país, donde la corrupción, el narcotráfico y la inseguridad ciudadana ya superan a las de Brasil o cualquier otro país iberoamericano.
Zelaya ha sabido jugar sus cartas y ha aprovechado el momento para hacer otro llamamiento a la insurrección popular. Suele añadir, a veces no, que pacífica, pero todos saben de qué está hablando. Busca que sus seguidores tomen las calles mientras él entra rodeado de sus leales (¿financiados por quién?), desde la frontera nicaragüense. Por supuesto, no acepta que ambos contendientes -Micheletti y Zelaya- lleguen al acuerdo más lógico: que ninguno de los dos se presente a las elecciones de noviembre pero ambos den el visto bueno a la convocatoria.