"La sentencia del Tribunal Supremo que reconoce el derecho de una mujer a recibir parte de los bienes propiedad del hombre con quien convivió 19 años ha vuelto a poner de manifiesto el clamoroso vacío legislativo que existe en torno a las llamadas parejas de hecho... Es ésta una inmejorable oportunidad para que Aznar y sus ministros puedan demostrar con hechos que el centrismo del PP es algo más que un eslogan". Lo ha dicho el editorial de El Mundo (edición del martes 28), justo en la Festividad de Santo Tomás de Aquino, y se trata de un argumento tan, tan sólido, que viene a demostrar, de una vez por todas, que el "Doctor Angélico" es un escolar ramplón comparado con Pedro J. Ramírez, la luz editorial que ilumina nuestras tenebrosas tendencias reaccionarias.

Además, la afirmación del editorialista sobre el Ejecutivo Aznar nos ayuda mucho: nadie sabe en qué consiste el centrismo aznariano, pero ahora ya tenemos una idea: se trata de apuntalar el refocile general.

Sin embargo, en mi opinión, querido Pedro J., tu severa educación escolar te ha traicionado. Pedro, digámoslo de una vez: te has quedado corto. No has profundizado lo suficiente en ese sano espíritu liberal y tolerante que te caracteriza. No hay que regular las parejas de hecho, lo que hay que hacer es terminar con el matrimonio: fumigarlo, aniquilarlo, exterminarlo.

A fin de cuentas, ¿en qué consiste el matrimonio civil? Pues en lo mismo que el religioso sólo que sin sacramento. Se casan en viernes en lugar de en sábado, en el Juzgado en lugar de en la capilla, ante el juez, en vez de un cura maloliente. Sí todo eso es verdad, pero conlleva, al menos, un doble compromiso: con la parienta, a la que uno se entrega para toda la vida y se cierra el camino a todas las demás (espantoso sacrificio que, en pleno siglo XXI, debe ser sometido a reflexión) y se compromete con el Estado y la sociedad a cuidar de la descendencia, es decir de los futuros contribuyentes (esto ya no es sacrificio, Pedro, es holocausto, porque los recién nacidos son como los "Seven-Eleven", tiranos que exigen una atención permanente, 24 horas al día, 365 días al año). Algo totalmente impropio en una democracia.

Compromisos vitales tan opresivos y obsoletos deben ser suprimidos al instante. Porque repara, amigo Pedro José, en que cualquier juez de la Caverna podría alegar que la protagonista de nuestra historia, la divorciada tras 19 años de convivencia, parece un poco lela: una tía que permite que el piso, el coche y todo lo demás quede a nombre de su media naranja... bueno, en fin, tú me entiendes.

No, Pedro, no, lo mejor es suprimir todo tipo de matrimonio. De esa forma, el problema de las parejas de hecho quedaría así resuelto de un plumazo. Aquí no se casa nadie.

Si la carcundia catolicona y demás ralea, gente soez y de baja raela a la que le sudan las manos, quiere casarse ante el cura, y comprometerse (¡qué locura!) para toda la existencia, allá ellos, pero no pueden exigir al Estado que certifique una unión privada, basada en prejuicios morales y en atavismos religiosos. Allá ellos. Al menos, en una primera etapa. Luego, cuando hayamos democratizado la afectividad, será el momento de librar a los obsesos del compromiso de su propia necedad, con la prohibición del matrimonio canónico. Pero, por el momento, no hay prisa.

Fuera papeleo. Cada cual es muy libre de convivir, ayuntarse y refocilarse con quien desee. Y si al día siguiente, en la variedad está el gusto, le agrada otra, u otro, pues ahí te quedas mona, que soy un hombre independiente.

Es cierto que entonces nadie tendría hijos, pero eso puede arreglarse con la clonación y la donación de semen para fecundación asistida (siempre hay universitarios deseosos de sacarse unas perras y alguna "maruja" masoquista deseosa de ser madre). Y si el padre quiere reconocerlo pues le ofrece su apellido y en paz. Además, nos queda la opción de los Raelianos, o los científicos de Advanced Cell Technologies para cubrir la laguna ocasionada. No necesito explicarte que terminar con el matrimonio también supone terminar con la maternidad, relamido recursos ternurista al que se aferran los curas.

Y si no hay niños... bueno tampoco es tan grave. Convéncete, Pedro: esta raza no da para mucho. Es cierto que, mientras los humanos desaparecen por consunción, habrá una etapa intermedia con fuertes tensiones financieras, porque no habrá un duro para pagar las pensiones, pero no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos: hemos eliminado el compromiso, porque se opone a la libertad personal: por tanto, no podemos salir del fuego para caer en las brasas: no podemos prescindir del compromiso con los niños para enredarnos en un compromiso aún más lacerante con los viejos. Cada palo que aguante su vela. ¡Sí Pedro José, no cedas! Hay que evitar ciertas tentaciones perversas, producto de un falsa piedad o clemencia, fenómenos morales impropios de una sociedad laica. Que no hay sitio para los papeles en el liberalismo social al que tantos esfuerzos, querido Pedro, has dedicado. Lo nuestro es la libertad sin compromiso. No caigamos en el sofisma de que la libertad está para ejercerla, no para poseerla. De eso nada: nosotros ahorraremos nuestra libertad, que siempre nos pertenecerá. Protegida entre nuestras manos, la miraremos con gozo, una y otra vez, y exclamaremos: ¡Mi Tessssoro! 

No, querido Pedro, el compromiso es cosa de esclavos. ¡Abajo el matrimonio: acostémonos todos en la cama central! O sea, el catre centro reformista. 

Y si alguno, alguna o mediopensionista, quiere convivir siempre con el mismo-a, que siempre hay gente extraña, pues que firmen un contrato económico de separación de bienes y tenencia compartida.  

Al final podremos hacer realidad lo del "avi" catalán a su vástago casadero: "Desengáñate hijo mío, todo lo que no sea casarse por dinero es puro erotismo". Una vez más, Chesterton tenía razón: "Lo del divorcio no es mala moral, es mala metafísica".

 Eulogio López