El otro día, presentación de resultados semestrales del Santander, parecía que don José Antonio Álvarez, consejero delegado del Grupo, amenazaba con irse de España si el Gobierno acomete, a la postre, esa subida de impuestos a la banca que viene anunciando. Ya saben que los detractores de los impuestos, que somos todos, se dividen en dos grupos: los que están en contra de los impuestos en general y los que están en contra… sólo de los que se les imponen a ellos mismos.

Algunos de los detractores de los impuestos en general dicen que la subida de los impuestos la pagaremos todos. Algunos dicen, mejor entre todos. Lo importante es distinguir que “entre todos” no quiere decir que todos seamos iguales, ni que todos son necesariamente los consumidores. Cualquier coste nuevo, y un impuesto nuevo es un coste nuevo, se intenta trasladar por el productor a otro. Pero no es tan fácil.

Primero, podemos suponer, que al consumidor. Pero las subidas de precios hacen que caiga la demanda del bien o el servicio. Así que se trasladará lo que se pueda trasladar sin que afecte fuertemente a las ventas (o en el caso de la banca a los volúmenes de prestación de sus servicios). Lo que no se pueda trasladar a los consumidores, tal vez se haga a los proveedores de la banca y a sus trabajadores, pero pasa lo mismo: todo eso tiene un límite. Lo que no se pueda trasladar a nadie, lo absorberá el beneficio de la compañía, es decir: los accionistas. Esto que les explico es lo que se llama la elasticidad-precio de un bien o de un servicio.

Los impuestos especiales (tabaco, alcohol, gasolina…) no son por nuestro bien, sino porque los consumos que gravan son inelásticos: no importa el precio, el consumo se mantiene. Al final el banco actuará de recaudador y lo pagaremos entre todos (clientes de activo, de pasivo, trabajadores y accionistas) en función de dichas elasticidades.

La socialdemocracia no es más que esclavitud para el trabajo y libertad para el capital

Los bancos no se irán, ni buscarán estructuras legales que les permitan eludir su contribución al nuevo impuesto en la medida que puedan repercutirlo a otros. Eso es todo.

Sin embargo, la amenaza de Santander es interesante desde otro punto de vista. Los gobernantes necesitan gobernados. Cuantos más, mejor. Eso produce interesantes economías de escala. Un soberano de un pequeño reino de 500 habitantes difícilmente podrá tener un avión a su servicio. Por eso, la política de los gobernantes, más cuanto más tiránicos son, es impedir que los gobernados se les vayan. También suelen ser contrarios los tiranos a que entre gente que les revuelva el gallinero.

Si al tirano no le importa que le revuelvan el gallinero porque vive de ello, de que esté revuelto, como ocurre en Europa, le interesa que nadie salga y entre todo el que quiera. Lo primero es fácil: se consigue con un sistema público de pensiones que no reconozca la posibilidad de trasladar los derechos, como sí ocurre en los sistemas privados. Lo segundo también: abriendo fronteras. Pero he aquí, que hay otros tipos de gallinas, las de los huevos de oro (aunque estaría mejor dicho gordos), que a pesar de su condición gallinácea vuelan como palomas y se pueden largar a poner huevos a otra parte.

Y eso es lo que preocupa al Gobierno: que la gallina Santander se vaya a poner huevos gordos a otra parte.

Al final, la socialdemocracia que nos asola era eso: esclavitud para el trabajo y libertad para el capital. Ya lo decía Hilaire Belloc hace más de 100 años.