Daniel es un famoso actor que una mañana va a viajar a Londres para hacer el casting de una película de superhéroes. En su lujoso ático deja a sus dos hijos, a la niñera y a su esposa, doctora de profesión. Antes de coger el taxi que le lleve al aeropuerto decide tomarse un café en un bar de su barrio de Berlín. Lo que no repara es en que le ha seguido Bruno, el vecino de la puerta de al lado en el que nunca había reparado y tiene muchas ganas de conversar con él. Por sorpresa en ese pequeño establecimiento, comienza la pesadilla de Daniel.

Con una puesta en escena más propia de una obra teatral que de una cinematográfica, el argumento se apoya en un duelo dialéctico entre dos hombres, ambos en las antípodas el uno del otro, que sacan a la luz una gran variedad de temas.

Por supuesto se habla de desigualdad económica, de gentrificación, ese fenómeno de rehabilitación urbanística en barrios deprimidos que conlleva el desplazamiento paulatino de la gente más empobrecida, pero también de la sociedad del “gran Hermano” en la que vivimos, donde la tecnología está comiéndose nuestra intimidad y también de la envidia o la infidelidad.

Es cierto que aproximadamente los veinte primeros minutos, cuesta “entrar” en el argumento, pero luego fluye como un río caudaloso cuando descubrimos que la existencia perfecta del actor no es tal, y que ha sido espiado e investigado a tope por su vecino.

Daniel Brühl, que además de dirigir se ha reservado un papel protagonista, y Peter Kurth, están perfectos en sus respectivos papeles, su duelo interpretativo es soberbio, un despliegue de maestría donde imprimen verosimilitud a los diálogos escritos por Daniel Kehlmann,un reconocido guionista alemán.

Posiblemente se trata de una de las películas más interesantes de este año. Debut en la dirección del actor Daniel Brühl, que se hizo mundialmente famoso gracias a la ingeniosa Good bye Lenin, se trata de una comedia negra muy inteligente que plantea un ajuste de cuentas.

Para: los que les guste el cine de calidad.