Ambientada a principios de los años 80 en un precioso cine clásico enclavado en un puerto costero inglés, la película sigue los pasos de Hillary, la gerente de ese lugar, que lucha contra sus problemas de salud mental hasta que empieza a trabajar allí un atractivo joven de raza negra, Stephen, y ambos conectan.

El imperio de la luz habla implícitamente de la soledad en la que viven inmersas tantas personas por ser marginadas por diferentes motivos y, metafóricamente, no solo de la magia del cine sino de la luz que otras personas impregnan a sus vidas cuando hacen su aparición, es el caso del joven Stephen cuando conoce a Hillary. Esa idea es bella y, también lo es, la sensación que experimenta la mujer de pertenecer a una extraña familia junto con los trabajadores del cine. Es por ello, que todas imágenes que se desarrollan en el recinto cinematográfico son muy hermosas salvo las que Hillary/Olivia Colman comparte con su jefe, interpretado por Colin Firth, que resultan unas escenas sórdidas. 

Lo que resulta algo más increíble es el presunto flechazo que experimentan Hillary y Stephen a pesar de la diferencia de edad. Sobre todo en el caso del joven por la mujer de edad madura. Se puede justificar en que ambos son dos personas bondadosas que solo desean el bien del otro, pero resulta algo difícil emocionarte con su singular historia de amor.

Otro aspecto importante de la película es el tratamiento, rozando el idealismo,que Sam Mendes ofrece de la enfermedad mental de la protagonista solo entendible cuando conocemos que, vagamente, está inspirada en sus propias vivencias con su madre. En ese tono positivo se comprende también su defensa del poder curativo de la música, el cine y el sentido de comunidad.

Como es usual en este cineasta, aprovecha la película para introducir un toque social, recordando los años finales de los 70 y principios de los 80, que él ha afirmado fueron un período de gran agitación política en el Reino Unido, con políticas raciales muy incendiarias.

Curiosamente, la historia de este film la escribió Sam Mendes durante el confinamiento provocado por la pandemia, suponemos que, inconscientemente dado que los cines estaban cerrados, le llegaba el recuerdo de la grata experiencia que era, y es, acudir a una sala y contemplar una película en las condiciones óptimas sintiendo su magia.

Para: los que sigan la trayectoria de Sam Mendes. Los que anhelen las salas de cine clásicas.