No tiene que cambiar el mundo, lo que tiene que cambiar es el hombre
Decíamos ayer, que el Nuevo Orden Mundial (NOM) ha elegido a Biden como su nueva marioneta, de la que prescindirá cuando ya no les sirva. A estos efectos, sorprende contemplar, tanto en la Administración demócrata norteamericana como en los gobiernos europeos, una serie de síntomas de impotencia para solucionar las diferencias entre las naciones, así como una servidumbre hacia la tiranía política del comunismo chino y hacia la tiranía religiosa del panteísmo indio (e hindú).
Todo apunta -aunque recuerden que el futuro es un niño en las rodillas de los dioses- que los signos de los tiempos nos llevan a una nueva guerra, llamémosle global, no mundial, porque será una guerra de todos contra todos.
Es como si el Nuevo Orden Mundial y la nueva religión universal, de corte new age, globalista, ecologista y, sobre todo, panteísta, pretendiera entronizar a un gran Pacificador, superadas ya todas las ideologías y, atención, todas las democracias, capaz de poner orden en un universo convulso, para acabar siendo adorado como un dios.
¿Y si se estuviera terminando la era de la democracia? No sacralicemos la democracia: no es el bien y la verdad, sólo un modelo de gobierno, el peor una vez eliminados todos los demás
¿Y si se estuviera terminando la era de la democracia? Tanquilos, no sacralicemos la democracia: no es el bien y la verdad, sólo es un modelo de gobierno, el peor una vez eliminados todos los demás.
Sí, la democracia está en peligro, pero no por las razones argumentadas por los ignorantillos del Sanchismo y demás progres, sino porque cuando el globalismo llama a la puerta la democracia sale por la ventana. Lo grande es ingobernable y un Gobierno mundial no admite el contrapeso de poderes que es una de las cualidades de la democracia parlamentaria para evitar abusos.
Una muestra de ello la tienen ustedes en la actual pandemia. Se nos dice que el virus no conoce fronteras y es cierto. Pero el virus moral tampoco conoce fronteras en su tarea para finiquitar las ideologías, incluso las ideas. Y hasta podría ocurrir que la batalla por salir del covid deviniera en una nueva guerra global. En primer lugar con una censura global, oculta bajo la farsa de la lucha contra los bulos, y en una violencia económica y de terrorismo callejero -de kale borroka mundial- que desate la batalla por la supervivencia. Una guerra global de todos contra todos.
Cuando el globalismo llama a la puerta la justicia sale por la ventana. Lo grande es ingobernable
De ahí es de donde me imagino -aunque recuerdo mi escasa confianza en las profecías, especialmente en las mías- que saldrá el líder mundial, el gran pacificador, un verdadero lobo con piel de oveja.
Pero tranquilos: el reinado del pacificador durará poco. ¿Por qué? Porque, insisto: lo grande es ingobernable. Si la historia de España demuestra lo difícil que es gobernar para bien a un país de 47 millones de habitantes y con un pasado, y hasta un presente, cristiano, no les digo lo que es gobernar una humanidad de 7.500 millones de personas, muchas de ellas desesperadas.
La corrupción más profunda es la de la ley inmoral, por lo tanto injusta
Además, repito: me gusta la democracia parlamentaria pero el mundo no se va a acabar porque se termine la democracia parlamentaria. El poder corrompe, ciertamente, pero corrompe a las personas, no a los regímenes. Y cuando las personas se corrompen ya puedes tener democracia que ni habrá libertad ni habrá justicia. Los modelos políticos no se corrompen, se corrompen las personas. Ergo no tienen que cambiar los modelos políticos, sino el hombre.
Además, la moralidad importa mucho más que la legalidad. Es más, la corrupción más profunda viene con la ley inmoral. Que las hay, y muchas, en las actuales democracias occidentales.