El seguimiento de la Junta ha sido online. Por cierto, los consejeros estaban sentados en las butacas del público, por seguridad
Las juntas de accionistas del BBVA siempre han servido a los sindicatos para mostrar sus reivindicaciones y la de 2020, celebrada este viernes en Bilbao, con menos de 100 personas presentes físicamente por culpa del coronavirus, no iba a ser diferente. Era la segunda Junta de Carlos Torres como presidente y los representantes de los trabajadores le han sacado los colores.
Primero, con la acusación más seria de todas: las presiones que han recibido los empleados de la red durante las últimas semanas para captar la delegación del voto a favor del Consejo de Administración, lo que no deja de ser una práctica muy fea. La plantilla no ha notado mejora alguna tras la llegada de Torres y del CEO, Onur Genç y han mostrado la cara que no se ve de la digitalización: “Nos prohíben contratar servicios no digitales” sin la autorización del jefe de zona, ha denunciado el representante del sindicato CGT, Antonio José Fraguas.
La secretaria general del sindicato catalán SEC, Raquel Puig, también ha denunciado la política comercial del BBVA: “No queremos un banco obsesionado con la digitalización, que expulsa a parte de la clientela”, ha señalado.
Otro de los intervinientes se ha referido al “síndrome de La Vela”, en alusión a la sede operativa del banco, en Madrid. Hay dos mundos: el superior y el de los subordinados, de tal manera que los mensajes del primero no llegan a calar en el segundo. Por ejemplo: “Somos un equipo”, dice la cúpula, pero, en realidad, la política de cumplimiento de los objetivos comerciales fomenta la competencia entre los empleados de la red, de tal manera que cuanto peor le va a uno, mejor le va al de al lado.
Eso en el mejor de los casos, porque también se da el caso del trabajador que, por cumplir unas ratios preestablecidas, prioriza realizar llamadas comerciales sin probabilidad de éxito que cerrar una operación muy beneficiosa para la entidad.
“Somos un equipo”, dice la cúpula, pero, en realidad, la política de cumplimiento de los objetivos comerciales fomenta la competencia entre los empleados de la red, de tal manera que cuanto peor le va a uno, mejor le va al de al lado
Reivindicación recurrente de los sindicatos: la actualización de la aportación al plan de pensiones de los empleados, que continúa estancada, desde hace más de una década, en 540 euros anuales. “La más baja del sector”, han asegurado, y muy alejada de las aportaciones que perciben los directivos. Una sola aportación anual al plan de pensiones del presidente, por ejemplo, equivale, según la representante de CCOO, Isabel Gil, a 590 años de sueldo del que cobra menos en el banco.
La figura de Francisco González (FG) sigue presente en BBVA gracias al caso Villarejo. Un viejo conocido de la casa, Luis del Rivero, expresidente de Sacyr, ha intervenido por segundo año consecutivo, esta vez para exigir la eliminación del nombramiento de FG como presidente de honor del banco, así como la supresión de las prebendas del banco de las que aún disfruta.
Del Rivero ha recordado al expresidente Emilio Ybarra, para quien a solicitado el nombramiento de presidente de honor a título póstumo, y ha comparado la actitud que tuvo ante la Justicia en el caso de las cuentas secretas para las jubilaciones de los consejeros: “Él asumió las consecuencias que pudiera tener, eximiendo a sus inferiores y fue totalmente absuelto”, ha señalado.
Un apunte para terminar: en menos de mes y medio, Onur Genç ha pasado de hacer la presentación de resultados en inglés a leer su discurso en un magnífico español y se ha llevado los mayores elogios de la Junta, incluidos los de Torres. Oiga, está muy bien, pero recuerden que el BBVA es el segundo banco de nuestro país, y aquí se habla español.