- No hay como inflar la pérdidas del primer semestre (3.689 millones) para que brille la gestión en los siguientes.
- Es lo que ha puesto en marcha de repente Gonzalo Urquijo con la limpieza a fondo del balance. Demasiada limpieza.
- Felipe Benjumea no lo hacía y Gonzalo Urquijo se ha pasado dos pueblos.
- Urquijo es el hombre puesto por la banca, aunque no sea presidente de derecho.
- No se ha desvinculado de ArcelorMittal, pero está físicamente en Abengoa.
- Las cosas están tal mal que ya veremos: mensaje subliminal ante el recorte de empleo que llega.
Gonzalo Urquijo, presidente de
ArcelorMittal en España, marca el itinerario en Abengoa, no desde fuera, sino desde las tripas.
Es el ejecutivo que ha puesto la banca en la tecnológica andaluza, aunque no sea el
presidente de derecho.
No se ha desvinculado de ArcelorMittal -tampoco quiere, de momento-, pero está físicamente en Abengoa, donde
manda, aunque figure como
asesor. Estará al menos tres años y qué mejor comienzo que
marcar el territorio forzando pérdidas.
La banca lo ha seleccionado también por la confianza que inspira a los acreedores. Hasta febrero fue consejero de
Gestamp, protagonista en noviembre pasado de las primeras negociaciones para adquirir
Abengoa (en las que también estuvo Urquijo).
Y todo lo dicho no es baladí en el caso de Abengoa, inmersa como como está en un proceso de
reestructuración financiera, con el
periodo de adhesiones al
plan de rescate en marcha (acaba el 25 de octubre) y pendiente de alcanzar el 75% de apoyo (mínimo), antes de pasar por la
ventanilla del juez para salir del concurso.
Gonzalo Urquijo es el
ingeniero de las pérdidas de Abengoa en el primer semestre, que ya explicamos al señalar que
bancos y fondos hunden la empresa.
Esas pérdidas han sumado 3.689 millones de euros, que no son
moco de pavo precisamente (más, comparabas con beneficio anterior de 72 millones). Y en paralelo, la facturación se ha derrumbado de 3.307 a 1.215 millones.
¿Dónde está la
magia? Lo preocupante, es cierto, está en las ventas (de poco sirve adelgazar la deuda si no se compensa con mayores ventas), especialmente en el negocio de
bioenergía. Abengoa se ha ralentizado. Es así.
Pero a ese dato, Gonzalo Urquijo ha añadido la depreciación de activos desde 2015, poniéndose en lo peor. Un ejercicio de limpieza de balance en toda regla. Es cierto que estaban sobrevalorados, pero no tanto. Ahí Urquijo se ha pasado dos pueblos.
Deterioro contable
Los deterioros contables suponen reducir el valor de los activos e imputarlos a pérdidas, lo cual no quiere decir que hayan salido de la caja en las mismas cantidades, y esas pérdidas han puesto a Abengoa en situación de
patrimonio negativo. A nivel consolidado el patrimonio neto negativo asciende a 2.911 millones de euros.
Otra cosa es que durante este año se han producido también ventas con pérdidas. Eran inevitables (la falta de liquidez obliga), pero no han sido ni a buen precio ni en el mejor momento.
No obstante,
el plan de rescate contempla una capitalización del 70% de la deuda financiera, lo que supondría que el 70% de esa deuda pase a ser patrimonio. Sólo con la
deuda corporativa (unos 7.000 millones), el patrimonio llegaría a 4.900 millones de euros: ya sería positivo.
Como Abril-Martorell en Indra
La explicación es muy parecida a lo que puso en marcha
Abril-Martorell cuando llegó a
Indra. En otras palabras, lo mejor para defender la gestión futura es acogerse a la mala
herencia recibida. Lo primero que hizo Abril-Martorell cuando tomó el mando fue limpiar el balance.
Felipe Benjumea (hoy en desgracia)
estaba en el otro extremo: nunca limpiaba el balance de la energética y, por tanto, no engordaba las pérdidas. Por eso, en parte, no parecía que la cosa fuera tan dramática, y también en parte, por razones objetivas.
Gonzalo Urquijo ha hecho lo contrario y de repente (también por razones subjetivas), en los resultados semestrales.
No hay como un punto de partida nefasto para que brille más la gestión posterior. Hay un argumento o
aliciente adicional para la empresa, que también tiene en cuenta Urquijo: tan mal estamos que prepárense. Es el
mensaje subliminal a los sindicatos, que tienen por delante la negociación de un drástico recorte de empleos.
Rafael Esparza