San Josemaría, fundador del Opus Dei; el Papa Francisco; y Fernando Ocáriz, actual prelado del Opus Dei
Un día como hoy, 2 de octubre de 1928, festividad de los Ángeles Custodios, el hoy canonizado José María Escrivá de Balaguer (1902-1975) fundaba el Opus Dei, que, por tanto, cuenta ya con 91 años.
Los laicos tienen que ser santos en medio del mundo y lo importante en la vida interior, y en la vida, es la infancia espiritual, el abandono del hombre en las manos de Cristo. Esto segundo es mucho más importante, aunque menos distintivo, que aquello.
El Papa actual todavía no ha hecho obispo al prelado del Opus Dei, Fernando Ocáriz
Esta doctrina de la infancia espiritual, tan querida por nuestros místicos, sería ratificada por una contemporánea de Escrivá, la polaca Faustina Kowalska (1905-1938), fundadora de la Divina Misericordia, teología que condensa en las cuatro palabras de su jaculatoria principal: “Jesús, en Vos confío”.
Y miren por donde: ambos pasaron de peligrosos herejes a revolucionarios santos, porque no hay nada más nuevo que lo original, aquello que se remonta al origen… y la infancia espiritual se encuentra en el origen mismo de la filosofía cristiana, sólo que se había olvidado.
Juan Pablo II recuperó a ambos santos incomprendidos: beatificó a Escrivá de Balaguer y canonizó a Faustina Kowalska. Wojtyla tenía un sesgo revolucionario y provocador. Era polaco.
¿Y dónde está hoy el Opus Dei, tanto por fuera como por dentro?
Por fuera, aspecto más morboso pero menos relevante, la cosa se resume en la sentencia de un veterano miembro, ya fallecido, del Opus Dei: “Juan Pablo II nos comprendía y nos quería, Benedicto XVI nos comprendía pero no nos quería, Francisco ni nos comprende ni nos quiere”.
Como muestra un botón: el Papa actual todavía no ha hecho obispo al prelado del Opus Dei, Fernando Ocáriz. Ergo, el jefe del Opus no puede ni ordenar a los sacerdotes del Opus.
La Obra debe volver a San Josemaría, como tantas congregaciones católicas del siglo XXI, debe refundarse… para no ceder a la mundanidad
Y políticamente, aquí en España (porque el ‘Opus’ fue y es muy español) a la Obra ya ni se le acusa de influir en la política y en la economía. Hasta hace bien poco, la progresía se revelaba contra el poder de la Obra, ahora simplemente lo deprecia. Esto dice mucho de ese Opus Dei mediático, pero del Opus Dei por dentro, el de verdad, dice bien poco.
Por dentro, yo diría que la Obra debe volver a San Josemaría. Como tantas congregaciones católicas del siglo XXI, debe refundarse, volver al fundador… para no ceder a la mundanidad. Debe volver a ser lo que fue: el bastión de la ortodoxia, el garante de último recurso en el que se puede encontrar doctrina segura, así como también se encuentra el cuidado de los sacramentos y la exigente transmisión de la vida y de la familia… aunque luego, precisamente por ello, se le pongan como no digan dueñas. El Opus Dei no pude engañarse a sí mismo: debe volver a enfrentarse al mundo porque es del mundo pero no puede ser mundano.
Porque, como siempre ocurre en las cosas de Dios, el enemigo verdaderamente peligroso nunca es el de fuera sino el dentro. Por lo general, nuestro peor enemigo somos nosotros mismos.