- Un sacerdote y un seminarista chinos explican la presión a los católicos de la Iglesia no oficial, la fiel al Papa: "Los meten en la cárcel, los multan, los insultan y se producen episodios de violencia física".
- Los laicos también están en el punto de mira del régimen comunista: "La Policía sale de caza a por los responsables de las comunidades cristianas".
- «Nosotros no tenemos iglesias. Celebramos los sacramentos en las casas. Ponemos cruces para indicar a los fieles un lugar donde poder rezar y el Gobierno nos las quita".
- La persecución no es sangrienta, como en la Revolución Cultural: ahora pretenden el control de los fieles "para confundirlos" y orientarlos hacia la Iglesia oficial.
El semanario Alfa y Omega ha publicado una entrevista a un sacerdote chino y a un seminarista de la misma nacionalidad, ambos formándose en Navarra con la ayuda del Centro Académico Romano Fundación (CARF), a la espera de poder regresar a su país.
El sacerdote se llama don Tomás y el seminarista Felipe. Ambos son miembros de la Iglesia no oficial, es decir, fieles al Papa, y distinta de la iglesia Asociación Patriótica, que obedece las directrices del régimen comunista. «Nosotros no tenemos iglesias. Celebramos los sacramentos en las casas de los fieles. Intentamos poner cruces para indicar a los fieles que allí hay un lugar donde poder rezar, y el Gobierno nos las quita. Eliminan todos nuestros signos exteriores», explica don Tomás.
El Gobierno también quiso borrar del mapa el seminario en el que se estaba formando Felipe. «Estuve viviendo dos años en una habitación del seminario para evitar que el Gobierno destruyera el edificio. Me vigilaban durante las 24 horas del día para saber si abandonaba el edificio y, entonces, tirarlo abajo», asegura.
El sacerdote y el seminarista pertenecen a diócesis distintas, con un importante elemento común. «Mi obispo –explica don Tomás– lleva más de 15 años en la cárcel. Está desaparecido. No tenemos noticias suyas. No le dejan recibir visitas ni de sus familiares». El obispo de Felipe también está recluido, aunque en una vivienda fuera del territorio de la diócesis. Para abandonar el domicilio tiene que pedir permiso a las autoridades, que «se lo deniegan siempre, porque no pertenece a la Iglesia oficial». Este verano Felipe trató de reunirse con él, pero ni siquiera pudo acercarse a su casa, vigilada por cámaras de seguridad.
Pero los sacerdotes no son los únicos que tienen problemas para celebrar su fe en China. Los laicos están también en el punto de mira. «La policía sale de caza a por los responsables de las comunidades», explica don Tomás. En cada pueblo hay una parroquia, pero al faltar sacerdotes, se nombra a un fiel católico, piadoso, responsable de esa comunidad. Él se encarga de avisar cuándo viene el sacerdote, cuándo es la Misa, a qué hora es la catequesis… Este responsable es el vínculo entre la comunidad y el sacerdote, «y la policía sale a cazar a estas personas. Los meten en la cárcel, los multan, los insultan e incluso se producen episodios de violencia física contra ellos», asegura don Tomás.
En lo que respecta a los cristianos, sin embargo, ambos reconocen que ya no estamos en tiempos de la sangrienta persecución que se produjo durante la Revolución Cultural. Los métodos del Gobierno de Pekín son mucho más sutiles, buscando más controlar a los cristianos que erradicarlos, batalla que Pekín tendría perdida de antemano. El objetivo es «confundir a los fieles. En todas las diócesis que tienen un obispo de la Iglesia clandestina, el Gobierno nombra a un obispo de la Iglesia oficial, y, al haber dos obispos en la misma diócesis, los fieles no saben con cual quedarse», afirma Felipe.
No obstante, el número de cristianos crece en los últimos años a gran velocidad en el país, fundamentalmente entre los grupos evangélicos. Respecto a los católicos, aunque no existen estadísticas oficiales, se estima que el número, entre la Iglesia clandestina y la oficial, ronda los 12 millones. Sólo en la Pascua de 2014, la agencia Fides asegura que se bautizaron 20 mil chinos. Estas cifras todavía son insignificantes a la luz de los 1.350 de millones de chinos que existen en la actualidad.
Tomás cuenta que «mis antepasados, desde hace más de 200 años, son católicos». A pesar de todas las dificultades, y sin duda a raíz de ellas, don Tomás espera «un futuro maravilloso. Estamos en la oscuridad previa al amanecer».
Andrés Velázquez
andres@hispanidad.com