Inés Madrigal
Inés Madrigal fue una bebé arrebatada a a su madre. Ya mayor emprendió una causa judicial contra la figura del doctor Eduardo Vela, y con morboso añadido de que había monjas por medio, la más visible de las cuales, qué le vamos a hacer, murió antes de que pudiera ser encontrada. Era lógico: quería saber quién era.
Es el caso de los bebés robados. Una cosa muy fea sin duda: separar a un hijo de sus padres biológicos (salvo que sea un presunto maltratador, claro, entonces es una obra de caridad). Sin embargo, ahora Inés madrigal ha encontrado a su familia biológica y ha descubierto que a su madre -muerta hace seis años, no le robaron a su hija -a ella- al nacer, sino que voluntariamente la entregó, libremente prescindió de ella.
Pues en las clínicas de fertilidad se repite esa tragedia: niños, futuros adultos, que desconocen su origen
Es decir que, en este caso, el Doctor Vela era inocente. RTVE, sin embargo, asegura que el doctor Eduardo Vela fue “absuelto porque el presunto delito había prescrito”. Que no, que en este caso al menos, era inocente. Ni presunto ni historias.
En cualquier caso, entiendo perfectamente a Inés Madrigal. Sus palabras lo explican mejor que yo: “Ahora sé quién soy y de donde vengo”. El deseo de conocer la propia identidad y el propio origen de cada persona no se puede acallar. La primera bebé-probeta de Estados Unidos demandó a su madre porque quería conocer a su padre. Perdió el juicio.
Las clínicas FIV no sólo son más muerte que vida, es que, además, desnaturalizan la condición humana
Ahora bien, el caso Madrigal me lleva la fecundación in vitro, eso que dicen que es vida cuando es, ante todo, muerte.
Porque es muy habitual que las mujeres que se someten a la FIV utilicen esperma de un donante anónimo. Así condenan a sus hijos a no saber quiénes son ni de que padre proceden. Y a veces, tampoco de que madres.
Un hijo tiene derecho a un padre y a una madre: los suyos
Las clínicas FIV, ‘again’, no sólo son más muerte que vida, es que, además, desnaturalizan la condición humana.
Por de pronto, un hijo tiene derecho a un padre y a una madre: los suyos. Al menos, a saber quiénes son. Y la paternidad no es un derecho: es un regalo que conlleva mucha responsabilidad.