En Madrid, no en Nápoles, cada 27 de julio, día de la Fiesta de este médico del siglo IV, en el Monasterio de la Encarnación de Madrid, al lado de la Plaza de Oriente, donde se guarda la reliquia, se licúa, de forma inexplicable, la ampolla que contiene la sangre de San Pantaleón.

“Yo no creo en los milagros”, es la frase que genera el interminable diálogo entre fe y razón, pero hoy el problema es distinto. El problema actual consiste en que hay muchos racionalistas que se niegan a someter el presunto milagro a la demostración empírica. Esto es, el problema real es que la inmensa mayoría de los naturalistas (nombre más genérico para definir al ateazo) se niegan a realizar el mero ejercicio de comprobarlo.

En este caso, no tendría nada más que acudir a la Iglesia de la Encarnación de Madrid, y si así lo pretenden, seguro que la Iglesia de Madrid no opondría la menor replica a una nueva -porque han sido muchas las realizadas- comprobación de la veracidad del milagro anual: la licuación de la sangre cada 27 de julio. Precisamente ese día, que no otro, precisamente en Madrid, precisamente en 2020.   

Conclusión: no es que no creamos en los milagros que se producen cada día ante nuestros ojos, por ‘anticientíficos’: es que tenemos miedo a la comprobación empírica de la veracidad del milagro. O sea, una actitud muy poco científica.