Pablo Iglesias lloraba junto a un Pablo Echenique estólido, según costumbre.

El nuevo vicepresidente le entregaba un ramo de flores a la diputada enferma (Aina Vidal) que apareció por allí para que España pudiera tener un gobierno progresista y para que, de menor a mayor, Pablo Iglesias pudiera ser vicepresidente.

La representante de los casi centristas de la CUP, Mireia Vehí, aseguraba que toda su ideología se basaba en el amor, que todos los varones éramos violadores en potencia - los de derechas en acto- mientras el blasfemo batasuno Oskar Matute -con ‘k’ de kilo y de kara- hacía macedonia de citas, a cual más hortera, que para sí las quisiera don Miguel de Unamuno.  

Gabriel Rufián prefirió cederle el puesto a una compañera (Montserrat Bassa) quien advirtió que la gobernabilidad de España la importaba un pito pero no por ello anunció que dejaría de cobrar su salario como diputada del Parlamento español.

El primer gobierno social-comunista desde la Guerra Civil llega con una ceremonia hortera y gazmoña como no se había visto en toda la democracia.