Fue Iván Redondo, el cerebro de la Moncloa, ahora alejado de la Moncloa por el dedo de Pedro Sánchez, entre cuyas innumerables virtudes no se encuentra la gratitud… fue Redondo, digo, quien colocó a Cani Fernández en la Presidencia de la CNMC, el poderoso organismo antimonopolio. 

Lo más curioso es que Fernández sólo estuvo en presidencia del Gobierno 4 meses y luego, en junio de 2020, asumió el cargo de presidente de la CNMC.

Pues bien, un año después el organismo ha perdido independencia frente al Gobierno y el caos y el descontento cunden en el regulador.

Suele pasar cuando se envía a una asesora de Moncloa a dirigir un organismo que debe enfrentarse a dos tipos de elementos: a los grandes oligopolios privados y al grandísimo monopolio público llamado gobierno.

En el caso de Cani Fernández, a que la mujer del César parezca honesta no ayuda que la CNMC no se haya atrevido a enfrentarse a la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, a pesar del escándalo nacional que ha representado la subida del recibo de la luz, cuyo precio tiene una primera razón de ser en el talibanismo ecologista de doña Teresa.

Los fondos europeos -que se instrumentan en forma de ayudas y subvenciones- se repartirán al capricho del Gobierno. El freno no será la CNMC

Pero vamos a lo concreto. El BOE del lunes 19 publica el nombramiento de Patricia Cordovilla González como nueva directora de la CNMC para Transportes y Sector Postal, quien por pura casualidad es la cuñada de la actual jefa de Gabinete de Nadia Calviño.

Y resulta que la directora de Gabinete de doña Nadia fue consejera de Correos, uno de los refugios favoritos de los archifieles a Sánchez presidido por el que fue antecesor de Iván Redondo, Juan Manuel Serrano, quien, por cierto, mantenía un pulso permanente con la CNMC… antes de Cani. Pues ahora Correos será controlado por la cuñada de la exconsejera. Será durísima con Serrano, seguro.

Pero esta no es la primera de doña Cani, quien está configurando un organismo a la medida del gobierno a quien debería controlar. Verbigracia, con la salida del secretario general y de una pieza clave en el organigrama como era la directora de Competencia.

Eso sí, está vez, con Patricia, han saltado chispas y Cani ha tenido que imponerse por las bravas, pues la Sala Regulatoria no estaba por la labor de transigir con una nueva cacicada. Alguien dijo que había otros currículos mucho más aptos. Es igual, al final, Fernández se ha salido con la suya.

Se ha impuesto sí, pero a costa de romper el organismo, quizás de forma definitiva.

Ni que decir tiene que, en paralelo, doña Teresa Ribera cuenta con el apoyo incondicional de la CNMC y de doña Cani. De ello se encarga el esposo de la vicepresidenta: Mariano Bacigalupo.

A cambio, Cani Fernández se asegura su puesto, en principio al albur de presiones políticas mientras dure su mandato. Pero, por si acaso, la número dos del Gobierno, Nadia Calviño, ya sabe que no tendrá problema con la CNMC a la hora de paliar las ayudas europeas, el maná de dinero que repartirá con la misma equidad y justicia que la subvención a la aerolínea Plus Ultra. Porque los fondos europeos son, antes que nada, eso mismo: subvenciones públicas con las que ayudar a los amigos y fastidiar a los enemigos. La que debería evitarlo es, por ejemplo, la CNMC, ¿A qué no?

Dicho de otra forma, los fondos europeos -que se instrumentan en forma de ayudas y subvenciones- se repartirán al capricho del Gobierno. El freno no será la CNMC y se supone que debería serlo. Muerto Iván Redondo, Cani Fernández necesita el apoyo de Calviño. La pregunta es, ¿dónde queda la independencia de la CNMC?