No descubrimos nada si decimos que el negocio principal de la banca consiste en prestar dinero y recuperarlo con intereses. Eso, con el precio oficial del dinero en cero, es imposible -o casi- de conseguir, pero con los tipos en el entorno del 4%, se convierte, incluso, en algo sencillo.

Ahora bien, el problema es que el crédito está por los suelos, no porque los bancos no los concedan, sino porque ni familias ni empresas solicitan, salvo, en el primer caso, créditos al consumo. Pero hipotecas y préstamos para inversión han caído muy significativamente a lo largo del primer semestre.

Nadie se cree que la economía española vaya como una moto, ni siquiera como un triciclo, y muchos son los que se está preparando para un contexto económico menos alegre. Según el Banco de España, los hogares españoles redujeron su ratio de endeudamiento hasta el 51% del PIB en el primer trimestre, frente al 56,8% de marzo de 2022.

Las empresas siguieron la misma línea y cerraron el primer trimestre con una ratio del 70% del PIB, frente al 78,5% del año anterior. La desconfianza sobre el futuro inmediato de la economía española va en aumento y la incertidumbre política tampoco ayuda a la hora de tomar decisiones de calado.

En definitiva, nadie quiere endeudarse… salvo el Estado -el gobierno-, que parece no tener límite alguno y que ya supera los 1,5 billones de euros de deuda pública, el 113% del PIB. Un nivel insostenible de deuda, agravado por la subida de tipos: sólo los intereses de esa deuda superarán los 31.000 millones de euros anuales, más que el dinero destinado al paro.

Pero estamos con la banca. Efectivamente, a falta de préstamos a hogares y empresas, buena es la deuda pública, un refugio cada más solicitado por los inversores. La banca cada vez concede menos créditos porque no hay demanda, pero podrá compensarlo, al menos en parte, con la deuda pública, principalmente en el mercado primario, sin entrar en los riesgos que entraña el secundario.