El capitalismo holandés -estatal y privado, que es todo uno, tal como siempre ocurre en el universo anglosajón y en sus satélites- ha esperado a que Rafael del Pino consumara su traslado social a Holanda para echar abajo su sueño: como Roma, Ámsterdam no paga traidores.

Apenas ha transcurrido una semana desde que Ferrovial cotiza en Países bajos y el Gobierno de su Majestad ya les ha ha dicho que no habrá traje a medida para la compañía española. Eso por lo que respecta a la fiscalidad. Por lo que atañe a su cotización, Del Pino pretendía cotizar en una bolsa más grande y con vistas a Nueva York, que le aportara más liquidez. ¿Quién le habrá pronosticado tamaña tontería? En las bolsas grandes hay más dinero pero también hay más solicitantes.

Por ahora no se ha producido el efecto arrastre y, encima, Europa está cayendo en la cuenta de que competir por fiscalidad no es bueno para el ideal europeo: anima los 'brexit' o, más sencillo, el regreso a casa

Por último, quizás lo más real: marcharse a Países Bajos, un país con mejor 'rating' que España, debería suponer, pensó don Rafael, poder modificar al alza el rating de Ferrovial, esto es, conseguir financiación más barata. Pero entendámonos: el rating soberano supone elevar el nivel al que pueden aspirar las empresas... no que se les otorgue de forma inmediata. Las agencias de riesgo seguirán estudiando a Ferrovial y sólo les subirán la nota en el caso de que Ferrovial mejore, no porque tenga su sede en Madrid o en La Haya.

Y todas esas posibles ventajas, futuribles, no son nada comparadas con la pérdida de prestigio corporativo que supone el cambio de sede.

Si Rafael del Pino hubiese leído algo de historia, sabría que los inventores de la leyenda negra anti-española son los holandeses, seguramente el pueblo que más odio nos han profesado siempre a España y a los españoles. La reforma luterana tuvo su impronta en Alemania, es verdad, pero se extendió por el mundo de la mano de los mercaderes holandeses. Y no olvidemos que el principal enemigo de Lutero, los hacedores de la Contrarreforma, fueron los jesuitas españoles de Trento.

En resumen, las perspectivas para la constructora española tra su huída no son ni de una mejor financiación ni de una mayor liquidez. Los holandeses ya tienen lo que querían: una marca más en su solapa mercantil. El resto les trae al pairo. Rafael Del Pino ha caído en su engañosa ensoñación y claro, en lugar de ser una importante empresa española, será una nimia empresa holandesa a la par que un todavía más nimio cotizante norteamericano. ¿Pero conseguirá mejor financiación? ¿A qué no?

Y todo esto no exculpa la vergonzosa demagogia de Nadia Calviño o Pedro Sánchez. Insultar a los grandes empresarios es una estupidez. Sangrarles a impuestos sólo provoca rentismo. Lo que hay que exigirles es igualdad de oportunidades

Además, por el momento, no se ha producido el efecto arrastre. Muy pocos quieren imitar a Del Pino: nada ha cambiado una muy real pérdida de imagen corporativa. Encima Europa está cayendo en la cuenta de que competir por fiscalidad con los socios no es bueno para la UE ni para el osado que se atreva a hacerlo: anima los Brexit o, más sencillo, el regreso a casa, la temida vuelta del nacionalismo económico que, ante el actual desastre europeo de doña Ursula von der Leyen, empieza a convertirse en una muestra de sentido común. Hasta el español, el europeo más europeísta de todos, está perdiendo el miedo la disidencia ante Bruselas.

Y todo esto no exculpa la vergonzosa demagogia de Nadia Calviño o Pedro Sánchez. Insultar a los grandes empresarios es una estupidez. Sangrarles a impuestos sólo provoca rentismo. Lo que hay que exigirles es igualdad de oportunidades, es decir, que compitan en igualdad de condiciones con las empresas pequeñas y con los autónomos y profesionales. Es muy difícil sí, pero lo cierto es que, en este punto, el gobierno Sánchez se ha mostrado especialmente obtuso. Ahora bien, insultar a Ana Botín, Ignacio Galán, Juan Roig o Rafael del Pino es algo peor que injusto, al menos en política: conduce al fracaso.