Abanca ejecutó esta semana una emisión de deuda subordinada por importe de 500 millones de euros, al 4,625%. La buena noticia es que la entidad redujo a la mitad el interés de la emisión realizada en julio de 2023, que se cerró al 8,375%.

La noticia menos buena es la emisión en sí. Y es que la característica propia de la deuda subordinada es que, en caso de liquidación de la entidad, los tenedores de estos títulos son los últimos en cobrar. Por esta razón, el interés de la deuda subordinada es ligeramente superior a otros títulos de deuda. No entraremos en la discusión jurídica de si esa prelación de cobro también se cumple tras la absorción de la entidad por otra.

Dicho de otra forma, los bancos recurren a la deuda subordinada cuando lo necesitan mucho, con cierta urgencia. En el caso de Abanca, además, se une Nueva Pescanova, de la que la entidad de Juan Carlos Escotet controla el 97,7% del capital, tras la fallida venta del 80% al grupo canadiense Cooke Seafood.

La negativa canadiense no sentó bien en Abanca, que siente la presión del BCE para que suelte lastre o, si no lo hace, para aumentar los RRPP por ese activo industrial que cerró su último ejercicio fiscal (abril 2023-marzo 2024) con 131 millones de euros de pérdidas y un ligero descenso de los ingresos.

Al BCE no le gusta que las entidades controlen industrias, y mucho menos si son deficitarias.