Vivimos el fin del progresismo
La economía de la generación progresista, la que nació ideológicamente en mayo del 68 y ha llegado a su culmen en 2024, ha tenido una evolución brillante: hemos pasado de no poder pagar una hipoteca a no poder pagar un alquiler.
Hemos pasado, también, de buscar un salario a buscar una subvención pública que, por cierto, no se sabe cómo se podrá seguir pagando salvo endeudándonos... y también desconocemos cuándo estallará la burbuja de deuda privada pero, sobre todo, la de deuda pública.
Hemos pasado de crear nuestra propia nómina (profesionales, autónomos, micropymes) a vivir pendientes, desde jóvenes, de nuestra jubilación. Ya no pensamos en qué podemos aportar al bien común sino de cuánto aporto y de cuánto recibo, a cambio, procedente de la caja común.
En lugar de vivir ilusionados con lo que podemos aportar al bien común, nos dedicamos a tejer un enredo monumental para poder jubilarnos a los 55, en lugar de a los 65.
Por generación progre entiendo los nacidos entre 1950 y 1970. La economía progre se desmorona porque el progresismo ya no da más de sí, ni en filosofía ni en economía
Antes, un sueldo daba para sacar adelante una familia numerosa, ahora, dos sueldos no permiten tener un sólo hijo.
Todo esto es puro progresismo.
Son las ventajas de pasar del mundo de la libertad al mundo de los derechos. Como no hay derechos sin deberes tampoco hay derechos sin libertades. Además, cuando se trata de libertad enseguida encuentras el límite, en la libertad de los demás. Pero la presunción de derechos es inagotable, inacabable, inabarcable.
El problema viene porque la generación progre, y con ella la economía, está siendo sustituida por la generación Woke. El vocablo viene de ‘despertar’ y, por tanto, como otras tantas importaciones del inglés, tiene poco sentido.
Por Woke, entendemos la llamada cultura de la cancelación, que el Papa Francisco ha traducido como cultura del descarte. Es decir, prescindir de todo aquel que ose discrepar de mí. Y lo haré en nombre de los derechos humanos, naturalmente.
El ‘woke’ consiste en eliminar a todo aquel que ose discrepar de mí: es el fin de la sensatez en el mundo
Ahora bien, sin emplear anglicismos, lo que está ocurriendo es que el progresismo se muere con aquella generación que lo creó, los nacidos entre los años 50 y 70 del pasado siglo, hoy ya abuelos.
Esa es la generación progre, que utilizó el estúpido mayo francés y que nos ha llevado, entre otras cosa, a la ruina.
La filosofía del progresismo es el relativismo. Ya saben: nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira. Ahora, la filosofía que soporta la nueva sociedad es peor aún: es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Ya no es que el bien y el mal no existan o que se confundan. Ahora no se confunde anda: el bien se ha convertido en mal y el mal en bien.
Y claro, eso no es sostenible. Probablemente, vivimos una etapa fin de ciclo, de fin de ciclo progresista, tanto en economía como en filosofía. Un final que, independientemente de cómo se produzca, impondrá unas nuevas normas. Porque lo que está claro es que esta economía progre se desmorona y la era progresista, también.