Boris Johnson y Pedro Sánchez tienen en común que han disparado la deuda pública de Reino Unido y España hasta niveles nunca antes vistos, con el pretexto de la pandemia y, después, con el de la crisis energética, consecuencia de la guerra de Ucrania.

La deuda pública es muy peligrosa, porque aumenta sin llamar la atención y, como toda deuda, al final hay que pagarla. Es lo que le ha recordado el mercado -los acreedores- a Liz Truss, cuyo plan fiscal supone una rebaja de 30.000 millones de libras de ingresos públicos.

En otras palabras, bajar impuestos está muy bien, siempre y cuando no ponga en solfa el pago de la deuda, intereses incluidos. A los acreedores, al mercado, no les importa la situación económica de los contribuyentes mientras sigan contribuyendo. Lo único que les interesa es que el Estado cumpla y les devuelva la deuda. Por eso no les gustó nada la rebaja fiscal de Truss y le dieron un primer aviso desplomando el valor de la libra y provocando las primeras críticas internas al plan fiscal.

Truss ha tenido que rectificar este lunes, al menos en parte, y ha descartado eliminar el tipo impositivo del 45% a las rentas superiores a los 150.000 libras (en euros, unos 171.600). No era la medida más importante, desde luego, -solo iba a restar 2.065 millones de libras recaudadas- pero su no eliminación ha surtido efecto y la libra ha comenzado ya la remontada.

Lo mismo le puede suceder al gobierno español que pretenda bajar los impuestos, sospechamos que no será el de Sánchez. Nuestra deuda pública es tan elevada -1,475 billones de euros, más del 116% del PIB- que hace muy complicada una bajada de impuestos sin que los acreedores levanten la voz. En esta línea, María Jesús Montero aprovechó para señalar a las CCAA del PP que han anunciado bajada de impuestos y que, según ella, ponen en peligro el estado del bienestar.

Es cierto que la deuda pública hay que pagarla y que cuanto más elevada sea menos margen deja para bajar impuestos. La clave, sin embargo, está en recortar el gasto público, algo que no contempla la primera ministra británica. Tampoco Pedro Sánchez, naturalmente.