Vayan preparando la cartera, en esta ocasión para pagar los impuestos medioambientales que, tengan por seguro, serán elevados. Todo es poco para salvar al planeta y la gran mayoría de los contribuyentes los pagarán con sumo gusto: según el CIS, el 81,1% de los españoles están muy o bastante preocupados por el cambio climático.

Para más inri, el Banco de España considera que nuestro país está muy por detrás de otros países europeos en recaudación medioambiental. Así lo expone en el capítulo 4 del informe anual 2021, publicado este miércoles, titulado “La economía española ante el reto climático”.

El mensaje central no es nuevo: estamos ante un reto con un impacto económico “extraordinariamente incierto”, afirma el documento. Tanto es así, que el abanico estimado de caída del PIB mundial según el escenario climático que se considere varía desde el 0,7% hasta el 62%. En otras palabras, los expertos no tienen ni idea.

Segundo mensaje del Banco de España: el Gobierno debe ser el que lidere el proceso de transición ecológica. Por eso, resulta imprescindible implantar impuestos medioambientales que permitan abordar esas políticas públicas, no solo para otorgar más ayudas y subvenciones, sino para dotar a las administraciones públicas de las herramientas y el personal adecuado para controlar la transición ecológica. Hablamos de impuestos temporales, naturalmente, que por alguna extraña razón no solo no se suprimen pasado un tiempo, sino que tienden a aumentar.

Menos mal que desde el palacio de Cibeles se recomienda no empezar ya mismo, porque aún no nos hemos recuperado del Covid y estamos sufriendo los efectos de la guerra de Ucrania.

La coartada es perfecta: a pesar del elevadísimo esfuerzo fiscal que soportamos -no confundir con presión fiscal- España está “muy por detrás” de otros países europeos en cuanto a recaudación verde se refiere. Como si la contaminación estuviera directamente relacionada con los impuestos. Cuantos más impuestos, menos contaminación y viceversa.

En todo este proceso ecológico, los bancos jugarán un papel fundamental, naturalmente, y deberán vigilar a quién y para qué otorgan los préstamos. A más riesgo climático, más recursos propios. Y es que, con el reto climático, ya no se considerará un buen banco al que tenga poca morosidad -eso está superado- ni al que tenga mucho capital, sino al que sea ecológico y sostenible con el planeta. Cuanto más, mejor.