El hombre medieval era mucho más positivo que el ciudadano multimedia -asegura el filósofo Fabrice Hahjadj: “construía una casa, cosía su ropa, trabajaba la tierra, enterraba a alguno de sus muchos hijos, se cruzaba a menudo con leprosos, bailaba con todo el pueblo alrededor de la hoguera de San Juan, se descubría delante de una estatua de la Virgen, mataba al cerdo, se armaba con una guadaña y una pica para recibir al recolector de impuestos”.

Sólo los muy valientes se atreven con la santidad. Con el sed perfectos como Vuestro Padre celestial es perfecto. Hay que tener muchas agallas hasta para planteárselo, más para adoptarlo como plan de vida, mucho más para caminar hacia la santidad, imposible lograrlo en plenitud en este mundo pero… esto y no otra osa es lo que canta la fiesta del 1 de noviembre, no confundir con la festividad del 2 de noviembre, donde recordamos a los fieles -al parecer sólo a los fieles- difuntos. Sí, porque los santos continúan viviendo, son los condenados quienes están muertos… y también porque “no es Dios de muertos sino de vivos, Todos viven para él (Lc 20, 38).

La santidad es para todos, aunque sólo la alcanzan los héroes de lo cotidiano

En cualquier caso, ¿qué es lo que distingue al hombre moderno? Su insufrible blandenguería. Que somos muy flojitos, oiga, personajes de azúcar cande. Eso salta a la vista y, si no salta, ahí tienen los ejemplos que expone Fabrice Hadjadj.

Y lo propio de la santidad es la serenidad y la felicidad, su opuesto está representado por la indolencia y la melancolía. A lo más que llegamos es a la búsqueda de la comodidad. Y la vida del hombre sobre la tierra puede ser feliz o desdichada, pero jamás resulta ‘cómoda’. Quien entiende la vida como un diván, no como un campo de batalla, está condenado a la depresión.

A pesar de todo lo anterior, en esta festividad de Todos los Santos también se recuerda que la santidad es para todos, aunque sólo la alcanzan los héroes de lo cotidiano.

¿Y lo de poner la otra mejilla? Claro, es para lo que más coraje se necesita

¿Y lo de poner la otra mejilla? En principio parece contradictorio con todo lo anterior. Pero no lo es en absoluto. Al contrario, es para lo que más coraje se necesita. Lo fácil es responder a la ofensa con injuria y a la agresión con violencia, Lo fácil es devolver la bofetada. Lo duro, y valiente, es mostrar la otra mejilla. La única defensa del Santo es la palabra y su gran valentía consiste en morir antes que matar. Para eso hay que ser un verdadero héroe. Y si es necesario ejercer la violencia, recuerden el consejo que daba aquel requeté en la trinchera, durante la guerra civil española: Disparad pero sin odio.

No parece fácil.

Pero el hombre de hoy es un blandengue. He aquí el problema del Día de Todos los Santos. El hombre medieval era mucho más feliz, más vital, más humano y, por ello, más divino.