El viernes se cumplirán cinco años de la proclamación de Felipe VI como rey de España y de doña Letizia Ortiz como reina consorte. La proclamación se hizo sin ningún signo religioso: ni misa, ni intervención de la jerarquía católica… Era la primera vez en siglos que tal cosa ocurría: coronación del jefe del Estado con la religión mayoritaria voluntariamente desterrada del acto.

Felipe VI es un monarca que desprecia a los suyos y es desdeñado por aquellos a los que pretende atraer

De hecho, hubo un intento entre algunos monárquicos católicos para que el nuevo Rey de España hiciera un gesto, un mínimo gesto, para resaltar su fe cristiana ante un pueblo que, a pesar del anticlericalismo imperante, sigue confesándose mayoritariamente católico (69%, según el CIS). Se le pidió que, camino del balcón del Palacio de Oriente, donde iba a recibir el aplauso de la multitud, el matrimonio reinante se arrodillara unos segundos en la capilla del Palacio Real y rezara ante el crucifijo, bastaba con unos segundos, gesto que sería recogido por las cámaras de TV. Hasta eso se negó a hacer.

Si algo ha definido los 10 meses de gobierno de Pedro Sánchez es el frentepopulismo, el mismo que envió al exilio a Alfonso XIII

Felipe VI se empeña en ser un rey progresista para unos progres que le detestan o, en el mejor de los casos, le aceptan como un mal menor que hay que soportar, mientras la sociedad española no esté lo suficientemente “madura” para la República. Es más, si algún calificativo ha definido los 10 meses de Gobierno de Pedro Sánchez, ahora legitimado por las urnas, ese es el de 'frentepopulismo', el mismo frentepopulismo, o alianza de socialistas, comunistas y nacionalistas, que llevó al exilio a su bisabuelo, Alfonso XIII.

Felipe VI es un monarca que desprecia a los suyos y es desdeñado por aquellos a los que pretende atraer. Un Rey que, por tanto, vive en tierra de nadie.

Felipe VI debiera dar el mismo golpe de mano de su bisabuelo: consagrar España al Sagrado Corazón de Jesús

Por el momento, los separatistas catalanes le han convertido en su primer objetivo: más que un símbolo es ahora un antisímbolo, un objetivo a perseguir.

Peor el Rey todavía está a tiempo de rectificar, con un golpe de mano como el que diera su precitado bisabuelo para liberarse de la tenaza masónica: el próximo día 30 de junio puede consagrar España al Sagrado Corazón de Jesús. Sería algo bueno para España, para la monarquía española… y para Felipe VI. Pero permítanme que no sea optimista: si no fue capaz de arrodillarse unos segundos el día de su proclamación, la explicita Consagración de España al Sagrado Corazón, en el Cerro de Getafe, durante la festividad del 30 de junio, se me antoja menos predecible.

Uno es así de perspicaz… pero nunca pierde la esperanza.