Fueron 391 votos en contra y 242 votos a favor. Theresa May perdió, en la Cámara de los Comunes, su segunda votación para aprobar el acuerdo de ruptura con Bruselas, una salida ordenada de la Unión Europea para el Reino Unido de la Gran Bretaña. Para entendernos, de un país que hasta hace menos de un siglo lideraba el mayor imperio moderno y que ahora lucha para que no se le marchen Escocia y Gales, precisamente a ella, que eligió marcharse de una unidad supranacional más grande.

El Brexit no es otra cosa que el síndrome de la decadencia de Europa y esa decadencia se deja ver en que ningún europeo siente entusiasmo por el proyecto de la Unión Europa (UE). Ni en el continente ni en las islas británicas.

May pierde la segunda votación sobre su acuerdo de salida con Bruselas… y ahora nadie sabe qué hacer. A día de hoy, lo mejor sería la ruptura abrupta

Y lo más curioso es que nadie pide una refundación de la Unión Europea. Sería lo lógico. La UE, creada por Robert Schuman, nació bajo el ideal de la civilización cristiana, que es lo que ha forjado la UE. En definitiva, una refundación de la Unión exigiría la recristianización del continente… continente regido por una clase política que busca precisamente lo contrario, es decir, la descristianización de Europa.

Y no nos engañemos: los británicos que piden un segundo referéndum lo hacen por motivos económicos. Puede quedar de un cinismo preciosista, muy moderno, muy snob, asegurar que la Unión Europea no es sino un conjunto de intereses económicos y que todo lo demás son teorías ancianas, pero lo cierto es que nadie está dispuesto a dar su vida por dinero. Por dinero se engaña al próximo, pero no se juega a órdago con la propia existencia, que es más valiosa que el dinero.

Los británicos que piden un segundo referéndum lo hacen por motivos económicos. Pero nadie está dispuesto a dar su vida por dinero

May ha perdido la segunda votación sobre su acuerdo de salida con Bruselas y ahora nadie sabe qué hacer. Quizás lo más sensato fuera una salida abrupta, para que más de uno cayera en la cuenta de que el proyecto europeo, entendido como la resurrección de la civilización cristiana en Europa, es algo por lo que mece la pena luchar y que bajarse del autobús tiene un coste que hasta ahora nadie ha experimentado.

Es decir, llegados a este punto, mejor una ruptura que un falso acuerdo. Y luego, si los británicos quieren, que entren de nuevo.

Pero el problema no está en Londres, sino en Bruselas. Urge refundar la Unión que Europa vuelva a ser ella misma, la Europa de los valores cristianos que predicó al mundo entero. Sobre todo, porque no existen otros valores.